El otro Mundial, el de las guerras de verdad
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Decía Bismarck, el canciller de hierro, que la guerra es la política por otros medios. Verdad del tamaño de una catedral, a la que se puede añadir que el fútbol también es la guerra por otros medios.
Y en buena hora que así sea. El lenguaje futbolero está plagado de términos y metáforas militares, empezando por los botines cargados de pólvora de los artilleros.
Pero más importante es que esos combates simbólicos que son los partidos, desde los campeonatos barriales a los mundiales, sirven para fortalecer identidades y desahogar tensiones sociales.
Sirven también para desviar la atención de los conflictos importantes.
Porque el otro Mundial, el de la sangre y las guerras de verdad, se juega todos los días del año. De la misma manera que el fútbol, aquí hay también equipos de segunda y primera categoría, pero no se practica nada semejante al fair play.
Por el contrario, todos los convenios y tratados son violados, siendo lo habitual el juego sucio, mientras más sucio y cruel tanto mejor, pues las estrellas son los criminales de guerra como Vládimir Putin y sus cobardes generales que masacran a la población civil.
En este momento, mientras estamos enganchados a las transmisiones desde Catar, los rusos, que han perdido mucho terreno en el campo de batalla, siguen bombardeando las instalaciones de electricidad y agua potable de las ciudades ucranias para quebrar la resistencia de su pueblo.
Hay muchas otras guerras abiertas o encubiertas. No lejos de Catar, en Yemen, se enfrentan el tenebroso Irán de los ayatolas que asesinan a los manifestantes con la igualmente criminal monarquía de Arabia Saudita, que tiene detrás a las potencias occidentales. Llevan ya 200.000 muertos y contando.
También se siguen matando en Myanmar, así como en Sudán y Nigeria y Congo y Mozambique y Afganistán y Siria, donde los rusos arrasaron Alepo.
Otro tipo de guerra, la del narcotráfico, solo en México contabiliza más de 300.000 víctimas. Y Ecuador también pone su cuota.
Aunque las causas de las guerras varían de lo étnico o religioso a lo económico o lo geopolítico, siempre andan detrás las grandes potencias.
En una competencia planetaria, despiadada y sin cuartel, éstas suelen utilizar a terceros en un juego confuso de intereses y estrategias, donde los cambios de camisetas y lealtades están a la orden del día.
Tal como en el fútbol, pues me acabo de enterar de que Messi está a sueldo de Arabia Saudita.
En otras palabras, que el capitán de la escuadra argentina es desde hace meses embajador jugosamente remunerado de esa monarquía que hace lo que le da la gana (como descuartizar a un periodista opositor) porque maneja la llave del petróleo.
Ahora pretende lavar su imagen con el fútbol, que también es un gran negocio, aunque no le llegue a la canilla a la industria del armamento que, combinada con el petróleo, constituyen el principal negocio del planeta.
Piensen en los ingresos de fábula de los fabricantes de armas y los petroleros solo con la guerra en Ucrania.
Guerras religiosas, guerras del petróleo, guerra de las drogas, guerras de conquista, guerra de liberación. Eterna fiesta de las armas y la sangre.
Es lógico entonces que el juego universal del fútbol sea una metáfora de esa constante de la especie humana y que por eso nos atraiga tanto.