Otra vez los candidatos recurren al discurso vulgar y sexista
Es Ph.D. en Economía. Docente-investigadora de la Universidad de las Américas. En sus investigaciones combina sus dos pasiones: la economía y la ciencia política.
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Decir mentiras, emitir comentarios sin sentido, e insultar no es una característica particular de los políticos ecuatorianos.
De hecho, en Estados Unidos, el medio de comunicación CNN identificó que en 2019 Donald Trump dijo más de 2.700 mentiras, algunas pequeñas, pero muchas de ellas fueron mentiras intencionadas o instrumentales con un tinte racista y sexista.
Lo paradójico es que, a pesar de decir tantas mentiras, ofensas y tonterías, recibió un apoyo importante en las urnas en las elecciones que se llevaron a cabo el 3 de noviembre pasado.
En teoría, cuando los votantes responsables ven a un candidato emitir algún comentario que atenta contra la verdad o la honra de otro ser humano deberían cuestionar la calidad del político, lamentablemente esto no pasa.
Para ganar elecciones los políticos necesitan obtener la mayor cantidad de votos posible y para eso tienen que convencer a la mayor cantidad de votantes posible. Es así que, en una elección, los candidatos modifican su comportamiento y su discurso de tal manera que atraigan al votante promedio.
Si nuestro electorado fuera educado, bien informado e interesado en la política, la campaña electoral tendría otro nivel. Lastimosamente, la mayoría de los votantes no tiene educación, no está bien informada y es apática.
La pregunta que surge es ¿por qué los votantes no asumen con responsabilidad e interés el ejercicio del voto? La respuesta a esta pregunta es sencilla. Los votantes simplemente responden racionalmente a los incentivos que crean la democracia y el sistema electoral y sus instituciones.
Primero, cada voto individual cuenta muy poco. En nuestro caso, 1/13.000.000, es decir, un voto tiene muy poca probabilidad de hacer la diferencia. Por lo tanto, no hay incentivos para informarse y tomar una decisión racional al momento de votar.
A esto se suma, en segunda instancia, la desconfianza en la autoridad electoral. No solamente es que el voto tiene poca probabilidad de hacer la diferencia, sino que pudiera ser cambiado en función de los intereses que motivan las actuaciones de la mayoría del CNE. Talvez en un apagón informático como el que se dio en las elecciones seccionales de 2019.
Tomando en consideración todos estos incentivos, según la teoría de elecciones racionales de Anthony Downs, el votante decide ser racionalmente ignorante.
Después de dos candidaturas a la Presidencia, Guillermo Lasso se dio cuenta de cómo funciona el electorado. Su discurso vulgar, machista y misógino no es otra cosa que un intento de manipular la ignorancia política en su beneficio.
A estas alturas, ya tiene muy claro que aquellos políticos que colocan sus valores por encima de la ambición de poder tienen poca probabilidad de ganar elecciones.
Sin embargo, la manipulación de la ignorancia ha sido usada por los políticos ecuatorianos mucho antes de que Lasso fuera candidato.
En la tarima Abdalá Bucaram, por ejemplo, alzaba la falda de su compañera de fórmula, Rosalía Arteaga, para mostrar al electorado lo que él llamaba unas "buenas changas". Mientras el público presente aplaudía y festejaba este hecho bochornoso.
Lo vimos también con Gabriela Rivadeneira, cuando en el Pleno de la Asamblea Nacional dijo que hay que virar la tortilla y "que los pobres coman pan, y los ricos coman mierda, mierda".
Nadie supera a Rafael Correa, quien calificaba a sus críticas como gorditas horrorosas, amargadas, peluconas, y a sus críticos como puercos, payasos, sapos, trompudos. Estos adjetivos calificativos buscaban degradar, menospreciar, e intimidar a sus oponentes e incitar a la violencia contra ellos.
Al final del día, no hay una solución fácil al problema de la ignorancia política y tendremos que trabajar en cambiar la estructura de incentivos que rigen el comportamiento de los candidatos y de los votantes.
El primer paso es reconocer que tenemos un problema sistémico grave del cual Abdalá Bucaram, Rafael Correa, Gabriela Rivadeneira y Guillermo Lasso, entre otros, son simplemente un síntoma.