Estamos en horas cruciales para la ciudad.
Quito está herida, vulnerable y es ahí donde es necesario que habite la esperanza y la posibilidad de repensar cómo queremos convivir en esta gran y compleja urbe que nos cobija a todos.
Queremos una ciudad que cuide a sus ciudadanos, que los escuche, que les dé la importancia que tienen.
Tenemos que salir adelante, solo que, esta vez, de manera diferente: valorando la creatividad de los que aporten sus ideas, teniendo ciudadanos plurales, con organizaciones civiles prósperas y cooperantes entre sí. Tenemos que reinventar la política degradada en algo nuevo: un relato propio, cívico, que implique a todos desde incluso sus diferencias. Apasionados por la ciudad común, de todos y de todas.
Y esto porque estamos ante gravísimos retos estructurales: seguridad, reactivación económica, empleo, movilidad… y cotidianos: calles, parques, aceras, bordillos, rampas, iluminación, recolección de basura. Entonces, es evidente que este no debería ser un momento solo político. Por el contrario, este debe ser un momento de anteponer personalismos, egos y vanidades por un bien superior: el bienestar de los vecinos y las vecinas que hacemos esta gran capital.
Es la hora de que la política deponga sus intereses y dé paso a una suerte de grandes acuerdos sobre temas, más que sobre personas. Que sean los planes y los proyectos los que hablen más que los políticos. Que podamos impulsar una agenda amplia de diálogo entre diferentes sectores que podamos coincidir en los diagnósticos más relevantes de esta ciudad, pero sobre todo que nos pongamos a trabajar desde ya en las soluciones que es lo que nos demanda la gente.
Sabemos que, al ser una ciudad que alberga a millones de habitantes, que recibe un alto grado de migración (interna y externa), que acoge a centenas de miles de turistas al año, la persona, o el equipo de personas que la dirija, tiene que tener como objetivo central dialogar con todos, ser lo suficientemente abierto a escuchar los más diversos criterios y ser lo más altamente preparado para resolver los más variados problemas que son fruto de una metrópoli de la extensión y complejidad de nuestra capital.
Y aunque es verdad que la política en su esencia, y como yo la concibo, intenta llegar al servicio público para cambiar la vida de la gente, para mejorar las condiciones en las que se desenvuelve, para servirle con leyes, ordenanzas, planes, proyectos, gestiones, no es menos cierto que también intenta generar espacios en donde se debatan criterios opuestos, con la mayor altura y respeto y que, fruto de aquello, se lleguen a acuerdos y consensos que son los que fortalecen la Democracia que vivimos en la actualidad.
Invito a todas y todos los que amamos Quito, ya sea que pensemos igual diferente, porque aquí no se trata del lugar del que venimos ni de nuestras ideas políticas. Se trata del lugar hacia dónde vamos, de la Quito que soñamos construir y por la que todos los días nos levantamos para llevarla un pasito más adelante, para llevarla hacia un futuro compartido.
¡Es hora de poner a Quito primero!