Opiáceos: EE.UU. paga caro su hipocresía
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Hay que decirlo con todas sus letras: los mayores traficantes del opio y sus derivados han sido el imperio inglés y las grandes farmacéuticas de EE.UU. Al lado de ellos, 'el Chapo' es un chiste.
A mediados del siglo XIX, los ingleses desataron la Guerra del Opio contra los chinos para obligarlos a legalizar el comercio del opio que beneficiaba a sus empresas, convirtiendo a millones de chinos en adictos para aumentar las ventas.
Más cerca, a finales del siglo XX, al mismo tiempo que Washington impulsaba la cruenta e inútil guerra contra las drogas en América Latina, permitía que en su país se realizara, legalmente, el mayor tráfico de narcóticos de la historia, enriqueciendo hasta el paroxismo a Purdue Pharma, la productora de OxyContin.
Ese es el tema de la nueva serie de Netflix, 'Medicina letal', que recrea en seis capítulos el pavoroso origen de la epidemia de los opiáceos. Pavoroso porque participaron en él centenares de vendedores cínicos y médicos corruptos y hasta un funcionario de la Food & Drug Administration, cuya misión era proteger la salud pública, pero que expidió a sabiendas el visto bueno para la difusión masiva del OxyContin.
Así como el mentado OxyContin es una droga semisintética, producto de la potenciación en el laboratorio de la resina original de la amapola, 'Medicina letal' es una suerte de biopic semificticio, en el que los villanos conservan su identidad y los hechos que sucedieron en la realidad son recreados con diálogos y actores, añadiéndoles un toque sarcástico que a ratos desconcierta, pero funciona.
La saga de los Sacklers expresa el auge y la degradación de un imperio carcomido por sus demonios y su hipocresía. Hijo de inmigrantes judíos, el patriarca, Arthur Sackler, había adquirido con sus hermanos, en 1952, un laboratorio de segunda, Purdue–Fredercik, que se convertiría en Purdue Pharma.
Psiquiatra y publicista, Arthur entendió mejor que nadie que los fármacos son una mercancía como cualquier otra. Perdón, mejor que cualquier otra, pues manipulan el dolor y la angustia de los pacientes.
Aunque los opiáceos en particular eran (y siguen siendo) drogas muy útiles para el dolor extremo del cáncer y la columna, en los años 90 Richard Sackler, sobrino de Arthur, médico e investigador, lanzó toda una campaña de publicidad y ventas para redefinir el dolor y su tratamiento, aduciendo que el OxyContin que había creado con sus asistentes devolvía la vida a quienes soportaban a duras penas dolores crónicos.
Las recetas excesivas e innecesarias para muchos tipos de dolores dispararon las ventas, pero rápidamente la droga llegó a la calle y empezaron las denuncias de su carácter altamente adictivo y de las muertes por sobredosis, que ya se contaban por miles.
La respuesta de Sackler fue exigir a miles de médicos, con bonos, premios y hasta favores sexuales de las guapas vendedoras, que recetaran cada vez dosis más altas, insistiendo en que la adicción no era culpa de la droga sino de los consumidores.
Así, fomentada por un narcotraficante tan codicioso y despiadado como Pablo Escobar, cobró vuelo la epidemia de los opiáceos, pues millones de pacientes inocentes fueron enganchados por sus doctores.
Finalmente, la Fiscalía de Virginia llevó a la empresa a juicio con pruebas abrumadores, pero Richard contrató, entre otros, al abogado Rudy Giuliani, gánster que activó las más altas conexiones políticas, incluida la Casa Blanca, para tranzar por un delito menor y pagar USD 600 millones a cambio de tapar todas las pruebas.
¿Resultado de no haber hecho justicia? Purdue Pharma continuó vendiendo OxyContin y sus ingresos se multiplicaron tanto como las muertes de adictos en las calles. Tragedia que empeoró con la expansión del fentanilo, pues las farmacéuticas billetearon… perdón, hicieron lobbying con varios congresistas para modificar la ley con un tecnicismo que impedía perseguirlas.
Todo esto se denuncia en el estupendo documental 'El crimen del siglo', de HBO, realizado en colaboración con The Washington Post.
Por último, el magnate Richard Sackler, cuya familia auspició a los más prestigiosos museos, declaró en bancarrota a Purdue, depositó unos 4 billones de dólares para cubrir las demandas (puchuelas para la fortuna que había acumulado) y no pisó un día la cárcel.
En lo que nos concierne, nadie pudo imaginar que el fentanilo (ese opiáceo más fuerte que reemplazó a OxiContin en los downtowns del imperio) sería lo único que frenaría un poco y desviaría hacia Europa el tráfico de la cocaína.
Este giro del mercado es lo que estaría impulsando la ola delictiva de vacunas, secuestros, asaltos, tráfico de personas y minería ilegal que estamos soportando.
A nivel global, cerrando el círculo del opio que empezó en el siglo XIX, China se venga de Occidente exportando fentanilo a los carteles mexicanos, que se encargan de infiltrarlo en EE.UU., mientras en Ecuador se incautan las primeras ampollas de la droga zombi.
Pregunta: ¿al lado de ella la cocaína se convierte en una droga suave y estimulante que puede y debe ser legalizada?