Así manda la oligarquía
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Este lunes 6 de mayo –cuando se cumplían 40 años del triunfo electoral de León Febres Cordero, casi como un homenaje– trabajadores de una empresa inmobiliaria cuyo principal accionista es la esposa del presidente, empezaron a talar árboles y manglares de un bosque protegido de Olón para construir lujosos edificios de apartamentos que afectarán gravemente al esterillo y su ecosistema.
Como los pobladores de la comuna se movilizaron en defensa de la naturaleza, al día siguiente llegaron policías y militares con armas largas y una tanqueta verde olivo para amedrentar a quienes protestaban pacíficamente. Lo público al servicio de lo privado.
Investigadas las cosas, el permiso ambiental para el proyecto fue otorgado en los primeros días de este gobierno, faltaba más, y en la trama aparecieron los nombres de varios ministros del “Nuevo” Ecuador.
Incluso si todo fuera legal, ¿cómo se les ocurre seguir con un proyecto que les va a echar el país encima? ¿No hay alguien que piense en el Gobierno, que le diga al presidente que no se meta en la embajada, que no le mande al hijo de la vicepresidenta a La Roca, que no se vaya a cada rato a Europa y que suspenda el proyecto comercial de Olón porque plata es lo que le sobra a la familia Noboa desde la época de su abuelo, quien manejó por detrás los hilos del poder hasta los años 80?
Por eso, en aquel entonces no era tan difícil predecir quién iba a mandar, no hacían falta encuestas ni consultores desubicados. Así, al final de mi libro de 1977, luego de analizar a los sectores económicos y los juegos del poder, detectaba la figura del presidente reelecto de la Cámara de Industriales, León Febres Cordero, como “representante del grupo agroexportador y agroindustrial de Noboa Naranjo” y hablaba de un “posible pacto oligárquico–burgués… que se concretaría en un modelo neoliberal de desarrollo”. (El modelo se empezaba a aplicar en el Chile de Pinochet y era todavía desconocido en Ecuador).
En efecto, la alianza de la derecha cuajó siete años después y Febres Cordero –que había sido un alto empleado de Luis Noboa Naranjo y siempre lo admiró– empezó a gobernar el país a carajazo limpio, como una hacienda bananera. No respetaba los derechos humanos ni acataba las decisiones del Congreso Nacional; incluso envió policías y tanquetas para cercar la Corte Suprema de Justicia e impedir que se posesionaran las autoridades que no eran de su agrado.
Sin embargo, el neoliberalismo y la industrialización no se desarrollaron realmente ni en ese ni en el gobierno de Sixto y Dahik, de suerte que el país continuó dando saltos entre presidentes timoratos y populistas enloquecidos. Pero con una constante, un candidato presente en todas las contiendas, Álvaro, hijo de don Luis, que estuvo a punto de llegar a Carondelet pero le jugaron Barcelona en las computadoras de Filanbanco.
Quien finalmente lo logró fue su hijo Daniel. Por la magia del Tik Tok, apareció como nuevo y distinto un miembro nato de la más rancia oligarquía agroexportadora. Apellido aparte, dado que hablaba poco y entrecortado, no se sabía cómo era ni qué pensaba.
Pero si eliges un oligarca no puedes asombrarte de que se comporte como un oligarca, es decir, como parte de esa elite rica, arrogante y acostumbrada a imponer su voluntad. Por si quedaran dudas, el propio Daniel declaró que es un pésimo enemigo, frase que nos recuerda aquella de Febres Cordero contra el expresidente Gustavo Noboa: “lo perseguiré como perro con hambre”.
Cualquiera se pregunta, entonces, si tiene remedio un país que oscila entre el populismo corrupto y la oligarquía guayaquileña (Lasso incluido) que asume directamente el control del Estado cada cierto tiempo con el voto de millones de desamparados.