Contrapunto
Sin nada que refutar a la Oda de Beethoven, las críticas apuntan a Karajan
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
Actualizada:
La Oda de Beethoven, que se volvió el principal elemento de unidad en una Europa estremecida por dos pavorosos conflictos bélicos en el siglo XX, no estuvo alejada de críticas durante la semana en la que se recordaron los 200 años de su creación; y nuevamente, el objetivo de la crítica recayó sobre el director austríaco Herbert von Karajan.
Tal como se preveía, durante la semana de conmemoración de la famosa opus 125 en re menor se escribieron y recordaron historias y anécdotas sobre una ópera que en dos siglos de vida sigue vigente y cada día gusta más.
A modo de coda (cola), que son las últimas notas que se tocan al final del último movimiento de una sinfonía, este será el artículo final acerca de una de las obras postreras de Ludwig van Beethoven, el anciano genio de Bonn que incorporó voces y coro a su Novena Sinfonía.
En ‘La Lectura’, la magnífica revista cultural del diario El Mundo se cita un libro de Esteban Buch –’La Novena de Beethoven. Historia política del himno europeo’-, de la editorial Acantilado.
Antes de que la obra sea declarada el Himno de Europa, el año 1972 (5 de mayo, día de Europa) se le solicitó a Karajan (Salsburgo 1908-Anif, Austria 1989), entonces el director de mayor prestigio en Europa, unos arreglos del último movimiento coral.
El problema tiene dos raíces: primero, que el arreglo (de dos minutos de duración) quedaba sujeto a royalty o al pago de derechos de autor y segundo, que el director en su juventud solicitó ser militante de las juventudes del Partido Nacional Socialista Obrero de Alemania.
Eso ocurrió en 1933 (cuando el músico aún no cumplía 25 años), el mismo año de la llegada de Hitler al poder con una enorme popularidad y obviamente mucho antes del comienzo del Holocausto contra los judíos.
En términos musicales, un arreglo o una variación es cada una de las imitaciones melódicas sobre un mismo tema sin modificar sustancialmente la partitura original. El maestro Álvaro Manzano, por ejemplo, hizo algunas variaciones a nuestro Himno Nacional para permitir una mejor y más fácil interpretación de la música original de Antonio Neumane.
El mismo Buch en el libro citado reconoce que “en realidad (Karajan), no hizo más que cortar y pegar tres fragmentos de la Novena y retocar algunos detalles, como el tempo, sin ningún aporte creativo”, pero el problema fue que se negó a ceder los derechos.
Insiste que el director “se salió con la suya” y aprovechó sus contactos para publicar la partitura con la editorial Schott y grabó esa misma versión para el sello Deutsche Grammophon, que aún hoy la sigue comercializando.
El Mundo cita una frase fuerte atribuida a Esteban Buch: “es el momento de que Europa reafirme su compromiso con los valores democráticos y denuncie la marca de su pasado nazi (de Herbert von Karajan)”.
No niego mi admiración por todo lo que significó y aportó Karajan a la música académica en Europa y en todos los escenarios del mundo donde se presentó, siempre dirigiendo a las mejores orquestas. Trabajó en la época del inicio de las grabaciones magnetofónicas y su énfasis en la calidad y en la fidelidad de los sonidos fueron notables.
Pero no fue el único, un poco antes hubo otro director muy prolijo que también dirigió la Filarmónica de Berlín; aún se conservan grabaciones de todas las sinfonías de Beethoven: Wilhelm Furtwängler, tal como fue reseñado en un artículo de PRIMICIAS de octubre 2021.
En pleno régimen nazista el músico fue separado de la dirección de la Filarmónica de Berlín porque desafió las órdenes hitlerianas e interpretó música de Félix Mendelssohn.
A Furtwängler se le cerraron las puertas, de eso se encargó Joseph Goebbels; sin embargo, tras la caída de Hitler, el maestro hubo de someterse a lo que se denominaba “desnazificación” por parte de los ejércitos aliados.
El compositor Richard Strauss también tuvo problemas, fue espiado por la Gestapo por su relación con el escritor de origen judío Stephan Zweig, quien escribió el libreto de la ópera bufa en tres actos ‘La mujer silenciosa’.
A Hitler le gustaba la música, especialmente la de Richard Wagner (1813-1883) que, al contrario de la apatía ideológica de Furtwängler y de Karajan, nunca dejó de manifestar su postura contraria al judaísmo, incluso escribió algunos ensayos.
Eso le costó a Wagner la ruptura en su cercana relación con Nietzsche. Pero la obra de Wagner es incomparable, única, y musicalmente habría que ser fanático para no reconocer su grandioso aporte a la ópera seria.
¿Por qué Europea tendría que avergonzarse por una oda que ha sido motivo de unión de un continente que sufrió dos grandes guerras y ahora está empeñada en dejar el pasado atrás? La última sinfonía beethoveniana cautivó por igual a Hitler, a Marx y a Stalin, señala ‘La Lectura’ en su reportaje muy bien investigado.
El hipotético error de Karajan podría tener una analogía con esa frase expresada por Putin, aunque escrita de diferentes maneras: “Cualquiera que no se arrepienta del fallecimiento de la Unión Soviética no tiene corazón. Cualquiera que quiera restaurarla no tiene cerebro”.