¿Cuánto dolor puedes soportar?
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Hay lectores que saben de qué pata cojeo. Cuando no me ocupo del escabroso espectáculo de la política, suelo hablar del luminoso espectáculo del cine, visto como espejo de esos animales extraños que somos los humanos con nuestras obsesiones.
En esta ocasión, la muy recomendable película ‘Nyad’ nos enfrenta con ciertos deportes de alto rendimiento, también llamados deportes extremos, o, puesto en morocho, de sufrimiento extremo.
E intenta responder a la vieja pregunta de por qué algunas personas deciden llevar más allá de los límites la resistencia de sus cuerpos y sus mentes, desafío que a un miembro de la especie animal no se le ocurriría jamás.
De entrada, el filme cuenta con dos actrices excepcionales, Annette Bening y Jodie Foster, ambas nominadas a los Óscar que se entregarán el 10 de marzo. Y es muy verosímil y conmovedora pues se basa en un personaje real, la campeona de natación Diana Nyad, que a sus 60 años retoma el mayor desafío de su carrera: cruzar a nado desde Cuba hasta la Florida, trayecto que ya la había derrotado a los 28 años, cuando abandonó la natación para dedicarse al periodismo.
¿Por qué quiere volverlo a intentar con un cuerpo estragado por el natural paso del tiempo?
Porque, según ella, ahora tiene lo que le faltaba antes: fuerza mental. Y porque necesita darle sentido a su vida con un reto a la medida de su ego, sin una caja de hierro que la proteja de los tiburones.
Ego, tenacidad, una meta clara, fuerza mental, espíritu de competencia, búsqueda de reconocimiento, … Diana insiste una y otra vez, soportando incluso el ataque de las medusas gigantes, noche y día sin descanso, siempre dentro del agua salada, recurriendo, para soportar la fatiga y el dolor, a algunos trucos mentales como repetirse mil veces la canción ‘Imagine’ al ritmo de las brazadas.
Esto me lleva a pensar en dos medallistas olímpicos del Ecuador, Jefferson Pérez y Richard Carapaz, quienes llegaron donde llegaron porque superaron las acometidas de un dolor tan fuerte que nubla la concentración y hace flaquear la voluntad.
De allí que el entrenamiento mental sea tan importante (o más) que el entrenamiento físico. Si cotejamos dos atletas óptimos para determinada disciplina, ganará quien tenga mayor concentración, cancha y determinación: eso es lo que le sobra al viejo Djokovick, por ejemplo, y todavía le falta a otro superdotado para el tenis: Carlos Alcaraz.
No es muy distinto el caso de los SEAL, el grupo de élite de la Marina de EE.UU, cuyo entrenamiento y pruebas finales son tan brutales que algunos han llegado a perder la vida. Incluye técnicas de supervivencia en condiciones extremas, en la nieve, el mar, el desierto, y, en caso de ser capturados, en cómo soportar la tortura. Hablamos aquí de soldados profesionales, cuyas motivaciones son institucionales.
Porque están los otros, los soldados de la fe, empezando por aquellos primeros cristianos que soportaban el martirio en los potros del tormento o en la arena redentora del circo romano sin abdicar de su creencia en el Reino de los Cielos. Para los romanos de la época imperial eran unos fanáticos equivocados que se la andaban buscando.
Lo mismo creían los militares fascistas que torturaban a los revolucionarios. De allí que lo primero que debía pensar un estudiante universitario que buscaba integrarse a algún movimiento guerrillero era si sería capaz de soportar el tormento sin claudicar. Una reflexión que deberán plantearse quienes aspiren a practicar la natación de larga distancia a mar abierto, siguiendo las huellas en el agua que dejó Diana Nyad, cuya charla en Tedtalks nos conduce con maestría al mensaje final: “nunca te rindas”.