El Chef de la Política
Nuestra Asamblea, nuestra sociedad
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Blanco de las principales críticas del país, la Asamblea Nacional constantemente busca "mejorar su imagen". Recurre a cuanta estrategia de comunicación política existe y, aun así, la evaluación ciudadana de su gestión sigue en picada.
No solo se tacha a las y los asambleístas de corruptos, sino también de irresponsables, poco profesionales, de llevar vidas oscuras y muchos etcéteras de esas y mayores envergaduras. En resumen, allí, en la Asamblea Nacional, está lo peor de lo peor.
Con excepciones, desde luego, con excepciones. Pero las excepciones confirman la regla, dice el adagio popular.
De hecho, los más radicales señalan que bien podríamos vivir sin legislatura o, si no somos lo suficientemente capaces para salidas radicales, al menos probar con una Asamblea más pequeña.
Un asambleísta por provincia es la fórmula. Así, tendríamos poca gente en ese recinto de la Patria y todos y todas serían representantes de lo mejor de lo mejor que ofrecemos como país. Solamente los honestos, trabajadores, responsables, patriotas y dotados de compromiso nacional llegarían a la Asamblea Nacional.
Este diagnóstico es tan real y serio que basta mirar al resto de instituciones políticas y sociales del país para afianzarnos en la idea de que la Asamblea Nacional es el oráculo de todos los males.
En el resto de organismos públicos las cosas funcionan de lo mejor, la eficiencia es el pan de cada día y los servicios son distribuidos de forma responsable y asignando a cada quien lo que le corresponde, como en el Derecho Romano se decía.
En lo privado todo marcha bien o incluso muy bien. No hay comportamientos oportunistas ni tampoco intenciones de perjudicar al cliente o trasladar las pérdidas al Estado.
Allí la gente se destaca por su afán de satisfacer al ciudadano y, si bien el lucro es parte de la vida empresarial, jamás las prácticas desleales acompañan al enriquecimiento.
De las universidades y la educación en general ni hablar. Allí todo funciona bien y con excelencia. Mejor dicho, el país entero anda sobre ruedas, menos la Asamblea Nacional, naturalmente.
Tan así es nuestra realidad, que el Canciller, en su loable tarea de promocionar más Ecuador en el mundo y más mundo en el Ecuador, debería recurrir a la siguiente estrategia comunicacional o de marketing, porque además con los idiomas nos llevamos de las mil maravillas, para posicionarnos en el concierto internacional.
"Venga a Ecuador, el país en el que todo lo desagradable y burdo está solamente en la Asamblea Nacional". Verdad inobjetable esa. Acá, en este equinoccial país, somos la antípoda de la legislatura.
Hemos sido capaces de desafiar a las leyes de las probabilidades y aislamos a la carroña hacia un sector mientras que los valores cívicos, los virtuosos y virtuosas, estamos del otro lado, lejos de esos 137 de la Asamblea Nacional.
En honor a la verdad, lejos de esa gran mayoría de malos seres que pueblan la Asamblea Nacional, los buenos somos más. Los honestos somos más. Los comprometidos con la ética somos más. Los respetuosos del otro y de su visión del mundo somos más. Más, muchos más.
Y así seguimos por la vida, intentando convencernos de que la Asamblea Nacional no es el reflejo de lo que somos como país.
Intentando crear la ficción de una sociedad que no tenemos e intentando abstraernos de una triste, dura, pero al mismo tiempo lapidaria verdad: allí, en la legislatura, está representado el país no solo en tendencias políticas sino también en valores y proyectos de vida.
La Asamblea Nacional es el alter ego de cómo funciona nuestra sociedad, basada en la improvisación, la desidia, la falta de honestidad para rechazar los cargos para los que no estamos preparados.
Todo eso, en definitiva, es elemento constitutivo de nuestra cotidianeidad y también es parte de esos asambleístas a los que denostamos a diario, pero que están allí por nuestro voto, por nuestra decisión, por nuestro grado de compromiso con el país.
Que el voto sea optativo es la otra salida que se plantea, como si esa reforma nos llevara a ser los atenienses ciudadanos ecuatorianos. Como si por allí podríamos replantearnos de golpe y porrazo ese lodazal de conductas impropias en las que vivimos, que reproducimos, pero que al mismo tiempo evitamos decir que son generalizadas.
Acá el problema es estructural. Acá hay una sociedad en crisis hace tiempo. Acá hay que tomar conciencia que no es una cuestión de pactos políticos básicos, que también son indispensables desde luego, sino de una cuestión social.
Tenemos un país corroído por la corrupción, la inoperancia y la falta de responsabilidad con lo que hacemos y decimos. Esa es la verdad. Mientras no ataquemos a lo profundo: la pobreza, la desnutrición infantil, la falta de salud pública o la ausencia de educación gratuita, de calidad y laica, no habrá gobierno que nos saque de la degradación en la que vivimos.
Allí está el reto y ese reto se lo debe asumir aquí, ahora, y con la perspectiva clara de que los frutos vendrán varios años después, quizás décadas después.
Ahí está la salida difícil de conseguir, desde luego, pero la que puede llevar a que en algún momento tengamos un país con mejores estándares de vida.
Hasta tanto, sigamos negando la realidad y miremos hacia la Asamblea Nacional como el foco de todos nuestros males. Hasta tanto, evitemos observar nuestro entorno cercano, pues allí ocurre exactamente lo mismo que entre los asambleístas, con otros nombres y escenarios, pero al final con similar contenido, similares taras y similares anti valores cívicos.