¿Quién bombardeó el hospital?
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Acabo de leer dos buenas novelas: una, del inglés Julian Barnes sobre el compositor ruso Shostakóvich; la otra, del cronista chileno Juan Pablo Meneses sobre el silenciado bombardeo al hospital de la Fuerza Aérea el día del golpe contra Allende. Aunque su texto gire mucho sobre la vida, los recuerdos y los polvos de su alterego, ese Pablo cronista que cuestiona a sus colegas, todo muy bien contado, sí, pero deja la impresión de que el tema central no daba para tantas páginas.
Como ambos libros abordan temas históricos, uno siempre se pregunta cuánto de eso será invento y cuánto sucedió en la realidad. Pero esa ambigüedad es exactamente lo que buscan los autores para aumentar la verosimilitud y el atractivo de sus obras.
Viejo recurso que conocemos bien quienes crecimos leyendo las obras de Alejandro Dumas y terminamos con una visión de la historia de Francia apasionante pero distorsionada por la pluma del prolífico novelista, quien partía de personajes que realmente existieron –como el mosquetero que pasó a la inmortalidad con el nombre de D’Artagnan–, pero acomodaba la historia francesa a su estrategia narrativa.
Sin embargo de esas transgresiones, hasta los años 70 se mantenía en pie la diferencia entre historia, ficción y crónica periodística: cada una tenía su lenguaje, sus técnicas y su enfoque de la realidad. Cada una constituía un género distinto.
Las fronteras empezaron a diluirse cuando cobró vuelo el periodismo literario, que utilizaba las técnicas de la ficción –novela, cuento, poesía– pero sin faltar a la verdad. La gracia radicaba no en inventar hechos o personajes sino en narrar lo que había sucedido como si fuera literatura, incluyendo por lo general al cronista en primera persona para dar calidez y proximidad al asunto.
Esta onda llegó a su clímax cuando volteaba el siglo, con el llamado “boom de los cronistas latinoamericanos”, expandido por revistas como ‘Etiqueta negra’ y ‘Gatopardo’. Uno de los más destacados cronistas era precisamente Juan Pablo Meneses, quien publicó además un par de libros memorables.
Toda esa experiencia se ve reflejada en ‘Una historia perdida’,donde Meneses advierte, en la primera línea, que todos los hechos narrados son reales, pero yo no tengo por qué creerle pues se trata de una novela, género en el que la ficción lo contamina todo.
Sería un ‘spoiler’ hablar de quién finalmente piloteaba el Hawker Hunter que bombardeó el hospital, ni por qué lo hizo… en la novela, pero en este reino de la Inteligencia Artificial en el que ya habitamos, donde ya ningún video, ni foto, ni audio es prueba de que algo sucedió efectivamente, la disolución de los géneros no hace más que agudizar la incertidumbre global.
Por eso, frente a películas como ‘Napoleón’ y novelas de temas históricos, nunca faltan llamados de atención sobre los hechos reales, una suerte de ‘fact checking’ aplicado a productos de la ficción, que los autores desdeñan olímpicamente.
Por el lado del inglés, en ‘El ruido del tiempo’, Barnes recrea a Dmitri Shostakóvich, ese genio musical oprimido y humillado por el poder soviético, que lo volvió funcional a la propaganda y las mentiras oficiales, coartando una capacidad creativa que en libertad habría volado más alto aún.
Sobre el compositor ruso, el melómano Fernando Larenas ha publicado aquí un par de artículos, enfocados más en la parte musical donde detecta la rebelión juvenil de Dmitri contra la estética del estalinismo. Rebelión que se irá apaciguando pues, para ascender en la nomenklatura, terminó afiliándose al Partido Comunista y recibió premios, honores y prebendas, lo que generó duras críticas.
Atormentado a lo largo de la novela, que algunos han visto como un monólogo en tercera persona, Dmitri se da de latigazos por su flaqueza de espíritu frente a otros que se mantuvieron firmes y dignos incluso a costa de sus vidas.
Claro que es fácil hablar desde afuera, pero un ejemplo actual de personaje indeclinable es Alexei Navalny, devorado por el sempiterno totalitarismo ruso.