De la Vida Real
De la nostalgia a la realidad: Reviviendo la magia de las vacaciones de la infancia
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Las vacaciones llegaron y, con ellas, mis ganas de huir. Cuando era niña, las vacaciones largas, como llamábamos a las de verano, eran la mejor época del año. Me acuerdo que nos íbamos con mis abuelos a la playa y a la hacienda y no volvíamos hasta que empezaban las clases. Jamás les extrañé a mis papás. Estaba tan ocupada nadando en el mar o en los ríos que no tenía tiempo para sufrir.
Mis abuelos nos llevaban a mis primos, a mi ñaño y a mí en el cajón de la camioneta. Nos ponían un colchón y nos daban unas cobijas para pasar la cordillera calentitos. Recuerdo con nostalgia y, antes, con pavor, el dolor de oído, las náuseas y el frío que sentía durante el viaje. Cuando llegábamos a Santo Domingo era como estar en el paraíso. Hacíamos una parada estratégica en la hacienda, cerca de La Concordia. Almorzábamos el pollo asado que mi abuela llevaba desde Quito. Nos sacábamos los zapatos y esperábamos a que mi abuelo terminara su siesta para ir a montar a caballo. Nunca sabíamos cuántos días nos íbamos a quedar en la hacienda antes de ir a la playa. Eso dependía de la decisión de los abuelos.
—¿Cuándo nos vamos a la playa? —preguntábamos.
—Ya veremos, disfrutemos de estar aquí —nos respondían.
El tiempo era extraño. Los días se me hacían muy cortos. Como no había agua, mi abuela esperaba que lloviera para que nos bañáramos o nos llevaban al río. Pero, como eran ecológicos, en el río no nos dejaban usar ni jabón ni champú para no contaminar el agua. Todo era fácil, no nos complicábamos por nada. Si no alcanzábamos en la casa, mi tío nos armaba una carpa. Al menos así son mis recuerdos, esos que me hacen sonreír y llorar al mismo tiempo. Cuando llegábamos al mar salíamos solo cuando nos llamaban a comer.
Ahora me voy con mis hijos a revivir esas vacaciones, instalándonos por cinco semanas en la playa. Quiero que mis hijos vivan eso: vivir sin planear. Claro que me preguntan "¿qué vamos a comer?" y les respondo "no sé, ahí veremos". Vamos a estar sin auto, porque mi marido solo nos va a dejar y luego de cinco semanas nos va a recoger. Eso les angustia a mis hijos, porque ahora nos tocará hacer todo en mototaxi y en bus. Pero quiero que aprendan a vivir sin comodidades. Quiero que salgan de la burbuja en la que los hemos criado.
El otro día, hablando con mi primo, nos acordábamos de cómo fue nuestra infancia. Y fue una belleza. Tal vez la seguridad del país sea un factor importante para que las cosas no sean igual que antes pero, dentro de lo posible, creo que es necesario que los niños aprendan a vivir sin miedo y sin tanta sobreprotección.
Mis hijos están preocupados por cómo nos vamos a organizar. Les digo que no se estresen, que ahí veremos. La verdad, tampoco tengo idea de cómo y qué voy a hacer no soy mis abuelos. Ellos resolvían todo. ¿Cómo se habrán organizado? Para mí, estar sin Wilson, mi marido, también será una gran lección de vida. Porque cuando estamos con él, él es quien se encarga de todo.
Debo confesar que me da un poco de nervios esta aventura, pero me parece necesaria. Total, ahora no es como en la época de mis abuelos, que no había nada en el pueblo. Ahora el pueblo de pescadores es una metrópoli. Hay todo y de todo.
He visto una hueca que me está tentando para ir a almorzar todos los días, porque mi fuerte no es la cocina y el presupuesto no me da para contratar a alguien. En las noches pienso cómo me voy a organizar solita. ¿Cómo vamos a sobrevivir los tres niños y yo en la playa? Pero al mismo tiempo siento paz, porque, aunque ellos se mueran de las iras de que les responda a todas sus preguntas, “ahí veremos”, creo que es necesario aprender a improvisar. Tenemos una vida tan estructurada, que salirse un poco no nos va a hacer mal. Sé que esta vez no estoy haciendo las cosas por impulsiva, sino que estoy rompiendo la estructura de la rutina, sin tener idea de qué va a pasar, pero segura de que serán unas vacaciones llenas de experiencias.
Así que si no leen mi columna por algunas semanas será porque estoy intentando sobrevivir, tratando de revivir mis vacaciones de otro tiempo, donde ya no hay abuelos ni viajes en la cajuela, pero hay tres hijos que espero colaboren tanto o más que nosotros cuando éramos niños.