Leyenda Urbana
Una noche para ‘resetear’ las vidas ¡Bienvenido 2020, para dar batalla a la impunidad y a la desidia!
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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Son fracciones de segundo, un tiempo que en lo cotidiano pasa desapercibido, pero esta noche, el mundo se rinde ante él como si se tratase del momento mágico que resolverá los conflictos, sanará las heridas, reconciliará a familias y amistades, anunciando un nuevo tiempo.
Los fuegos de artificio encenderán las emociones, muchas veces, hasta las lágrimas, en una íntima asepsia, a pesar de ser compartida con gente alrededor o en medio de extrañas multitudes.
Quemar los monigotes para despedir el año, un ritual cuyo origen se pierde en la historia de los tiempos, simboliza una ruptura en la vida de los seres humanos; la purificación de la existencia misma.
Y es que el fuego está allí para anular los males, las necesidades, los apremios y hasta los pesares del alma, en el convencimiento de que de las cenizas surgirá una renovada esperanza; un tiempo nuevo.
Así, un nuevo ser, una suerte de ave Fénix comienza con el nuevo día, por el solo hecho de ser el 1° de enero.
Se trata de un ritual que envuelve generaciones distintas, a pueblos de diverso origen, a culturas distintas.
Las costumbres varían, las cábalas difieren, pero todos apuestan por dejar atrás lo pasado y esperan, con optimismo, por lo que viene.
Pueda que para los muy jóvenes solo se trate de un año que se va y otro que viene; pero para los ancianos es un triunfo por haber logrado un año más de vida. Lo es también para la sociedad en su conjunto, por lo que es motivo de celebración.
Y es que si no fuese así, para todos los ecuatorianos resultaría una tortura seguir con el peso de un 2019 en el que se juntaron varios de los peores males de la democracia.
La violencia inusitada de octubre mostró un lado insospechado de la sociedad; un lado oscuro que hay que dejar atrás, pero no olvidar para no repetir nunca jamás.
Fuerzas siniestras atacaron, golpearon, asaltaron e incendiaron y destruyeron instituciones, edificaciones públicas y también privadas.
Dicen que hubo infiltrados en la protesta de los indígenas y otros sectores sociales, pero aquellos que fueron señalados como instigadores o culpables están siendo liberados ante el asombro colectivo.
Así, la impunidad se enseñorea por la República, debilitándola totalmente, al punto de que la institucionalidad democrática es una frágil estructura sostenida más por la fe de unos cuántos que por la acción de los responsables de reforzarla.
La impunidad es un tormento que rompe la confianza social no solo por las suspicacias de que una complicidad inadmitida desde el poder es verdadera, sino por las evidencias de la injerencia de la política.
La lucha contra la corrupción es una pantomima, una falacia, un descarado tongo porque todos tienen rabo de paja.
La justicia sigue en manos de indeseables jueces que fallan de acuerdo al costo de los compromisos y del chantaje; o de los dos a la vez, y no por lo que dictan la Constitución y las leyes.
¡Qué decir de la desidia y la dejadez de la gente que se rinde fácilmente o que prefiere mirar para otro lado, simplemente, por comodidad o conveniencia, o porque han concluido que es mejor callar aunque sean testigos del descalabro del país!
Igual, todos roban, dicen, sin inmutarse, aunque casos como “Arroz verde” hayan demostrado la podredumbre de una generación de pillastre en el poder.
Así, el país comienza el año sin escuchar un mea culpa de las autoridades por todas sus negligencias y yerros; al contrario, se contentan con muy poco y, de esa pequeñez, hacen aspavientos.
En realidad, para reconocer los errores y para enmendarlos se necesita grandeza de espíritu y eso falta en este país; eso escaseó en 2019.
De cara al mundo si bien mejoró la política exterior al abandonar la Alianza Bolivariana, al condenar a los gobiernos totalitarios y al sacar a Assange de la embajada en Londres, se ha descuidado la imagen de país.
Por ejemplo, la prensa internacional está convencida que Ecuador impidió que el avión de Evo Morales sobrevolara territorio ecuatoriano; la Cancillería emitió un comunicado, pero nunca se preocupó de aclarar a los grandes medios de Europa que publicaron la otra versión.
Qué decir de los hechos de octubre y la represión comentada. Lo que se dice afuera es distinto a lo que ocurrió. El relato lo impusieron aquellos que buscaron dar un golpe de Estado aunque sin conseguirlo.
Para colmo, organismos de Naciones Unidas tienen también su particular interpretación afectando al país. Ojalá el fuego purificador del 31 de diciembre revierta estas extrañas maneras de actuar frente a la realidad solo por conveniencias ideológicas.
Por suerte hubo un Richard Carapaz y un Independiente del Valle y otros ecuatorianos que salieron por los fueron del pundonor deportivo y llevaron al país a ser, de manera excepcional, noticia positiva en los medios de región y el mundo. ¡Que se repitan los triunfos!
¡Bienvenido 2020!