El Chef de la Política
No hay gobierno
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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La carta del Presidente de la República al vocal del Consejo de la Judicatura en la que, de forma desatinada, le insta a renunciar no es más que una imagen de un problema mucho más grave.
En lo de fondo, esa carta refleja que en el país no hay gobierno. Mejor, la misiva da cuenta que la gestión del Estado está en manos de personas que, incluso asumiendo sus buenas intenciones, tienen muy poca claridad respecto a lo que implica la administración pública.
Manejar los negocios privados no es lo mismo que manejar los intereses del bien común. Eso ha quedado claro.
También ha quedado claro que un buen gerente no es necesariamente un buen funcionario público. Aunque de unos y otros roles se puede aprender, para hacerlo es necesaria la predisposición a escuchar.
La carta citada evidencia, sin embargo, que en el gobierno esa predisposición es inexistente o se encuentra relegada a segundo, tercero o cuarto plano.
Más allá de la errada concepción de los mandatos políticos que orienta la visión del Jefe de Estado, quien parecería asumir que entre lo dicho y la designación de un jefe de agencia u oficial de crédito no hay diferencia, la carta citada pone al descubierto que en Carondelet no existe una persona que asesore jurídicamente al Presidente.
Allí se necesita alguien que domine el campo legal, pero que además tenga claridad respecto al comportamiento de los actores sociales y políticos sobre los que las decisiones presidenciales pueden tener ciertos efectos. Esa simbiosis entre los mundos de lo jurídico, lo social e inclusive lo lúdico, que está en el trasfondo de la política.
Es incomprensible que alguien que se jacte de consejero presidencial en los temas citados permita que el Jefe de Estado coloque por escrito, con su firma, una declaración que además de denotativa de ignorancia sobre el tipo de intercambios entre mandantes y mandatarios podría incluso servir de base para posteriores acciones políticas de sus opositores.
La carta revela también que en lo político la soledad ha llegado al gobierno de forma temprana.
Cualquier estratega sabe que, si el Presidente tiene un pedido o sugerencia puntual que hacer a un vocal del Consejo de la Judicatura o de otra instancia de toma de decisión, lo hace a través de un asesor cercano, acaso el secretario de la Presidencia, quien vía telefónica o en un encuentro informal le transmite los pareceres del Jefe de Estado al otro actor político.
Acá da la impresión de que es el propio presidente Lasso el que cobra el tiro de esquina, corre, raudo y veloz a cabecear; y, finalmente, actúa como arquero para intentar atajar.
La metáfora es útil, como útil es también la sabiduría popular cuando dice que el que mucho abarca, poco aprieta. Realmente preocupante la situación de la administración actual.
Hasta el más minúsculo de los gobiernos municipales del país seguramente tiene personal de apoyo y asesoría para su alcalde.
No obstante, en Ecuador, desde la presidencia, todo parece discurrir al más rancio estilo de lo que los venezolanos dirían "como vaya viniendo, vamos viendo".
Si el Presidente Lasso no tiene el suficiente número de asesores y personal de confianza para desempeñar cargos clave e, incluso, si ese número es tan reducido que no alcanza siquiera para que alguien le haga notar que firmar una carta como la citada puede resultar comprometedor, miope o ingenuo, dependiendo del lente con el que se mire tamaña metedura de pata, entonces hay decisiones que se deben asumir.
Una de ellas es buscar su grupo de colaboradores por fuera de su minúsculo círculo de privilegiados.
A la fecha, el Presidente Lasso parece no haber caído en cuenta que el monto de los salarios de la burocracia y las responsabilidades que implica el servicio público son el principal desincentivo para que sus contactos y redes de apoyo se interesen por cubrir espacios en el Gobierno Central.
Allí puede estar la razón por la que, cuando sus allegados llegan a aceptar algún cargo, al poco tiempo lo dejan.
Las razones mencionadas, junto al frío, en el amplísimo sentido de la palabra, de la ciudad de Quito, explicarían por qué el ir y venir constante de personal de apoyo y de asesoría en el Palacio de Carondelet.
En resumen, no hay gobierno. Hay gente intentando administrar el Estado, pero parecen morir en el intento. Unos ministros dicen una cosa y otros opinan en sentido contrario casi a la par.
El presidente Lasso dispone algo y sus funcionarios, casi sobre la marcha, dan criterios incoherentes o abiertamente contradictorios respecto a los del Jefe de Estado.
La salida existe y está en que el Presidente abra sus radares a otros sectores para buscar a sus colaboradores cercanos.
Es posible identificar y vincular a personas que conozcan el manejo del sector público y que sean capaces de decirle que no al Jefe de Estado frente a descalabros, como la carta dirigida al vocal del Consejo de la Judicatura, aunque aquello implique mirar a distintos espectros del país.
Sin embargo, si la tozudez del presidente Lasso se mantiene, pronto a la idea de que no hay gobierno se podría sumar otra, mucho más grave para el futuro de su gestión.