Niños desenterrando bombas
Rosa Montero es una galardonada escritora y periodista española. Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2022.
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Un directivo de la prestigiosa Fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo) le comentó hace poco a una amiga mía algo espeluznante: que hay niños que están teniendo gravísimos problemas psicológicos porque, acostumbrados a verse a sí mismos a través de los filtros embellecedores de las apps, no consiguen reconocerse ni aceptarse en su verdadera realidad, quizá reventona de granos de acné. La primera pubertad ya suele ser un trayecto difícil en sí misma, porque cuesta identificarse con ese cuerpo que de pronto se llena de pelos y se estira y se hincha y cambia todo el rato; pero si, además de la lógica extrañeza por la desconocida que te está suplantando, le añadimos la locura de la virtualidad y la alienación de vivir dentro de un espejismo, la situación comienza a ser muy peligrosa. Y esto no es más que el principio: cuando nos empape por completo el creciente diluvio de la inteligencia artificial y vivamos instalados en una permanente irrealidad, la vida tendrá la vaga consistencia de los sueños (o de las pesadillas).
Aunque soy de letras, siempre me han gustado las ciencias y me fascina la tecnología. Pero experimento la creciente sensación de que la revolución tecnológica avanza a una velocidad supersónica, y de que los seres humanos, aun siendo sus creadores, nos estamos quedando paradójicamente atrás, corriendo tras nuestros propios inventos sin aliento y sin tiempo para calcular sus consecuencias, como niños que juegan con poderes que ignoran. Es lo que nos sucede con la energía nuclear, con cuyos residuos, tóxicos durante milenios, no sabemos qué diantres hacer (por no hablar de la amenaza de una guerra atómica), así como con las emisiones que han llevado a la crisis climática o con la IA. Por todos los santos, ¡si ni siquiera estamos pudiendo controlar algo tan relativamente menor como las redes sociales, que siguen siendo un mundo sin ley y sin amparo!
Las redes matan literalmente, cada día, a niños y adolescentes acosados, a adultos perseguidos por el bullying, y son un terreno abonado para difusión de mentiras, manipulaciones, campañas de desestabilización social y promoción del linchamiento y la violencia. Aunque ni siquiera hace falta llegar a estos límites delictivos para que las redes, que campan por sí solas, puedan ser muy dañinas. Ya llevamos tiempo hablando de la distorsión cognitiva que produce la vida enlatada de los Instagram y los Facebook, esas fotos siempre sonrientes y pintureras que nos hacen pensar que toda la dicha se la han llevado los otros y que nuestra realidad es un pozo de penas. Porque las redes nos dicen que la existencia es eso, un jolgorio constante (vaya mentira estúpida). En esta línea de confusiones fatales se inscribe lo de no gustarte porque no te pareces a tu avatar, o esa epidemia que hubo en su momento de chicas que solo se fotografiaban poniendo morritos, porque estaban y aún están de moda los labios tumefactos (ahora ya no necesitan arrugar el hocico, las apps te añaden bocas como neumáticos). Y cuidado, porque el problema no es solo poner esa cara de trasero para estar a la moda, sino, sobre todo, la necesidad de subir tus fotos a la nube para tener la sensación de que estás vivo. Quiero decir que, para muchos, vivir consiste en hacer cosas que puedan ser grabadas y lanzadas al éter. Si no consigues entrar en las pantallas, es que no eres.
Y así, la existencia de todos, pero en especial la de los chavales, está cada día más alejada de lo real. Sucede con el acceso masivo a la pornografía a edades tempranísimas: qué terrible manera de descubrir el sexo. Además de ser por lo general un porno misógino y violento que fomenta la existencia de manadas, es también absurdo, gimnástico, siliconado e imposible. La sexualidad de muchos adolescentes se está yendo al garete porque no pueden ser como sus falsos modelos. ¿Y qué más? Bueno, luego hay intentos como el TikTok Lite, esa versión que la aplicación china quería implantar en España y Francia, y que consiste en que los usuarios reciben recompensas (incluso dinero) al subir o reenviar contenidos. Por fortuna parece que ha sido paralizado por la UE por su potencial adictivo (imagínate, es como meter un casino en cada casa). Esta medida es una gota de sensatez en un mar de desastres. Ya digo, somos como niños jugando a desenterrar bombas de la Segunda Guerra Mundial en una playa.
Artículo publicado el 11 de mayo de 2024 en El País, de PRISA MEDIA. Lea el contenido completo aquí. PRIMICIAS reproduce este contenido con autorización de PRISA MEDIA.