Una Habitación Propia
Poco después de la hora de comer
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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La semana pasada leí uno de los libros más brutales, perturbadores y dolorosos que han caído en mis manos, 'De los niños nada se sabe' (Anagrama, 1999) de la italiana Simona Vinci.
En el libro es verano. Un grupo de chiquitos y chiquitas de diferentes edades, de diez a diecinueve, comandados por el mayor, buscan maneras cada vez más perversas de pasar el tiempo.
Escondidos en una casucha abandonada en el campo, la curiosidad infantil se mezcla con el horror físico y sicológico que sale de la mente del cabecilla y asistimos con espanto a la pérdida de la inocencia, el envilecimiento de todos, pero sobre todo de las niñas, que son dos amiguitas, ambas de diez años.
Ay, las pequeñitas frente a la trituradora del mundo.
A pesar de que, como lectora, sé que estaba frente a una ficción, tuve pesadillas durante varios días.
Esta semana, una noticia me revolvió la vida, el corazón, la lógica: en Barcelona unas gemelas, doce años tenían, saltaron desde la ventana de su casa para suicidarse. Una lo logró, matarse de contado, la otra está gravísima en un hospital.
Dos cartitas quedaron para esos padres. Dos cartitas escritas por cada una de ellas y dos sillas pegadas a la ventana.
Busco explicaciones a esta tragedia en diferentes medios. Digo explicación cuando en realidad aquí no hay nada que tenga coherencia alguna: los niños no deberían hablar de matarse, planear matarse y ejecutarlo.
Los niños, las niñas, deberían aferrarse a la vida porque son la vida.
Leo que eran extranjeras, que sus padres llevaban tres años en España. Leo que había niños y niñas en el colegio que se burlaban de su acento, su físico, su identidad de género: una de las pequeñas había pedido ser nombrada en masculino.
Según un periódico local, un vecino asegura que las niñas eran víctimas de bullying por ser extranjeras, mientras que otras fuentes, incluido el propio colegio, lo niegan. Se sabe que las niñas recibían atención sicológica aunque no se sabe desde cuándo y tampoco se sabe qué pasaba de puertas para adentro de su casa, de su cuarto.
Recuerdo el título del libro de Vinci, 'De los niños nada se sabe', y no se me ocurre mejor forma de hablar de lo que pasaba por la cabeza de las gemelas en el momento en el que decidieron saltar al vacío.
¿Qué estaban viviendo en su casa, en el colegio, en sus corazones? ¿Qué dolores tan profundos acarreaban para preferir la muerte a continuar soportando el peso de la vida? ¿Cómo -por qué- unas niñas de doce años deciden suicidarse?
Leo que vecinos alguna vez las vieron llorar a la hora de ir al colegio.
Leo que al momento de saltar su padre estaba en la casa, mientras su madre trabajaba de limpiadora en otra.
Leo que lo hicieron un poco después de la hora de comer.
Pienso en la hermanita que quedó viva, la que está en el hospital y la que, si sale adelante, tendrá que vivir sin su gemela, pienso también en el hermanito pequeño y en lo poco que todos los adultos, entre los que me incluyo obviamente, tenemos en consideración la salud mental de niños y niñas.
En lo poco grave que consideramos el bullying.
Que unas niñas no quieran seguir viviendo es el fracaso total de nosotros como humanos, como ciudadanos, como cuidadores y es, sobre todo, el fracaso de la inocencia.
Ojalá este hecho tan inenarrable sirva a padres, madres, educadores, familiares, gobernantes y a todos y todas en general para que tomemos en cuenta lo que están viviendo los niños y las niñas.
Ojalá tanto dolor sirva para algo.