De la Vida Real
Reflexiones sobre Navidad en el tráfico de diciembre
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
Actualizada:
Nunca he sido amante de la Navidad. Es una fecha que me aturde. Siento que la gente se vuelve loca y materialista. Sin embargo, admiro a esas personas que, con ilusión, decoran sus casas con Papá Noel y figuritas de nieve, lazos gigantes y luces colgantes.
Estos días me caen mal. El jueves en la noche bajaba de Quito a mi casa en el Valle de los Chillos. Eran más de las 19:00 y el tráfico estaba infernal. Iba manejando amargada, peleando en mi mente con lo absurdas que son estas fechas. Oía a Carlos Vives, Joaquín Sabina, algún reguetonero colado en mi playlist y Selena. No había cantante que consolara mi mal genio.
La gente en la calle pedía caridad, los carros pitaban y, de pronto, me acordé de lo increíble que he pasado estas dos últimas semanas. Sonreí sola, alcé el volumen mientras sonaba: 'Bailando Bachata' de Chayanne. "No, no es verdad que esta época ha sido fea. Gracias a esta época he vivido experiencias lindísimas."
Primero, en mi casa la única amargada que no quiso decorar nada fui yo. Mi marido y mis guaguas gozaron sacando el árbol, armando el nacimiento mientras yo, sentada en la sala, pensaba:
"Qué alivio verles a mis hijos y al Wilson pasar un momento juntos, sin que yo esté dando órdenes, peleando, diciendo que las cosas están mal armadas. Ese momento es de ellos y es un regalo que puedan compartir mientras yo les observo. Así haya quedado el árbol chueco y el nacimiento un poco feo".
Luego, en un semáforo en rojo pensé: “Estas fechas nos obligan a vernos con gente que jamás veríamos, porque no hay un pretexto para irles a visitar, pero como es Navidad, todo se justifica.” Y el martes fui a verle, con una botella de vino, a mi amigo Alberto, quien se quedó viudo hace dos meses. Hablamos mucho, nos reímos poco, pero fue un encuentro hermoso.
Y al ritmo de Selena cantando a todo volumen “Bidi bidi bom bom”, los buses se me cruzaban, los carros pitaban y la lluvia empezaba a caer. Subí el volumen y me acordé que el domingo tuve uno de los días más lindos. Mi amiga María José cumplió años e hizo un desayuno navideño. Les conocí a sus amigas, me reencontré con otras, tomamos tintos de verano, comimos delicias y las conversaciones se alternaban con risas y anécdotas.
Y al ritmo de 'Nos sobran los motivos', de Joaquín Sabina, seguí sonriendo. El Waze decía que por el tráfico estaría en mi casa en una hora y 45 minutos.
No podía hacer nada más que alzar un poco más el volumen para no oír los pitos de los conductores estresados y seguir recordando lo hermoso que pasé el domingo, porque luego del desayuno, fui volando a recoger a mi familia para ir al almuerzo que hacemos todos los años por Navidad con esos amigos que ya no son amigos, sino familia. Con los que creamos momentos que luego se hacen historias para toda la vida.
Vimos el fútbol, otra cosa que odio, pero compartir con los niños y los grandes, todos acostados en la cama, en el suelo, sufriendo por el Independiente del Valle y dándole duro al único hincha de la Liga que al final salió feliz, más feliz que nadie: “¡Liga Campeón! ¡Feliz Navidad! ¡Oh Oh Oh!”.
Él les molestaba a los hinchas del Independiente del Valle y ese momento, de risas y lágrimas será inolvidable por los próximos 20 años, cuando seguramente diremos: “¿Se acuerdan del año en que vimos el fútbol aquí?”, y Mario responderá: “Jamás me olvidaré. ¡Liga Campeón!”
Y así pasó una semana, una semana de locura, de compras de regalos, de almuerzos de oficinas, de cenas con amigas, de visitas improvisadas.
Cuando lean este artículo ya habrá pasado la Nochebuena. Yo habré disfrutado el 23 con la familia de mi mamá. El 24 con la familia de mi papá y hoy, 25, con la familia de mi esposo.
Y mientras oigo 'La Tierra del Olvido' de Carlos Vives y la autopista está colapsada, pienso que la Navidad es solo un pretexto para obligarnos a estar con la gente a la que no vemos en todo el año y luego aguantar dos horas de atasco vial.
Pero esa es la magia de esta época: juntar momentos para repetir la rutina por los próximos años y volver a odiar la Navidad con una enorme sonrisa mientras el taxista me insulta por manejar distraída recordando lo hermoso que he pasado en estos días prenavideños y amando locamente cada año el pan de pascua que venden en los supermercados y robándome los caramelos de las fundas de mis hijos.