De la Vida Real
Entre música y conversaciones voy descubriendo a mi adolescente
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Pensé que la adolescencia vendría y me arrebataría a mi hijo de la forma más cruel y poco compasiva. Mi hijo mayor, Pacaí, entró en la adolescencia. El miedo y el pánico que tenía de esta etapa se ha transformado en un deleite de vida. Sí, se pone de mal genio por nada, se enerva con los hermanos y con nosotros, los papás, y prefiere estar solo. Le dejo su espacio, porque luego hablamos de temas profundos, me cuenta cosas y me pregunta otras.
El Pacaí tiene una virtud: todo le interesa, por lo que las conversaciones son infinitas. Él sabe que no soy su amiga, sino su mamá, y eso, hasta ahora, me tiene tranquila porque respeta los límites que le ponemos. No pelea si le digo que deje el celular o que ponga la mesa y luego lave los platos.
Pero lo que más me gusta y disfruto en esta nueva etapa del Pacaí es nuestra forma de comunicarnos por WhatsApp. Él es amante de la música y ama con pasión a ciertos artistas. Me manda canciones de mi época como si jamás las hubiera oído en la vida. Me escribe: "Ma, oye esta belleza de canción, es una joya única. ¿Y pues creer que estos manes han sido ecuatorianos? Oye, porfa". Y yo escucho, y me encuentro a los RoCola Bacalao, y me acuerdo de mi adolescencia, de los conciertos a los que iba con mi primo y mi ñaño. Me acuerdo de mis amigos de la época y me da nostalgia. Y le cuento que yo era fan de los Rocola. Y cuando llega del colegio, les pedimos a la Alexa: “Alexa, poner Rocola Bacalao”, y los dos cantamos, él su presente y yo mi pasado.
Al día siguiente me manda una canción: “Ma, oye la letra de esta canción”. Y yo escucho, y son los Guardarraya. Y le cuento que no me gustaban, pero que gracias a él ahora me encantan. Y las agrego a mi playlist. Cuando escucho las canciones que mi hijo me recomienda, sonrío y canto a todo pulmón.
No logro que me guste Spinetta, ni Charly García y peor Fito Páez, él sabe y me escribe: "Solo lee la letra, porque sé que no te gusta cómo cantan ni cómo suenan". Y yo le mando unas de Maná, o de Carlos Vives, o de Natalia Lafourcade, y él me responde con una de Joaquín Sabina, y de Julio Jaramillo. Yo le mando un vallenato de Los Tigres del Norte y él me responde con una de Widinson, y así se nos pasan las horas.
También me manda poemas de Mario Benedetti, y yo otros de Cortázar. Es lindo compartir en silencio estos espacios, porque sé que él me piensa, que no me rechaza como dicen las mamás de los adolescentes que se sienten ignoradas. Sí, ahora me cuesta darle besos y mimarle, pero hay veces que él viene de repente y me abraza: "¡Cómo te amo, carajo!". Claro, también otras veces me dice: "Sal de mi cuarto y cierra la puerta, por favor".
Cuando estoy en la hamaca el viene conversar y me cuenta cosas. Me confiesa que hay veces que ni él se entiende ni se aguanta. Que no sabe qué le pasa, que odia todo, y me advierte que no le diga "es la adolescencia". Entonces, ponerle consuelo se hace difícil, pero le escucho, porque a veces la única solución para el alma es ser escuchado.
Luego se aburre: "Bueno, ma, me voy". Se va ligero, liviano. Me quedo feliz, pero preocupada por no saber cómo manejar la adolescencia. Siento que es una etapa donde los niños se lanzan a la carretera y cualquier cosa les puede pasar. Pero también entiendo que ya no puedo controlar todo y debo soltar. Y eso me asusta.
Ahora, el Pacaí pelea más con sus hermanos, pero a la vez les hace oír música, les cuenta historias y hablan los tres por horas. No se ríen, pero hablan y hablan con Charly García, Spinetta y Fito de fondo.
Les miro de lejos, porque hay ratos en los que, si las mamás entramos en escena, arruinamos el momento. Contemplo lo lindos que son. De la nada, se pelean y la obra maravillosa termina en llantos y venganza musical hacia su hermano mayor: “Alexa, pon Ricardo Arjona, volumen 10”.
Y la paz se vuelve una guerra de culpas, de acusaciones, y yo entro bravísima a la escena con un solo grito: "¡Alexa, off!". Uno me cuenta lo que pasó, la otra exagera al triple, y el Pacaí no deja de reírse y burlarse de sus hermanos.
Así es tener un adolescente en mi vida.