En sus Marcas Listos Fuego
Del mural al paredón
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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He tratado de resistir la tentación de escribir esta columna. La he borrado tres veces para desencantarme de su existir. Finalmente, la serpiente en el manzano me convenció de decirles esto, incluso a mis amigos.
Soy un amante del arte pero ni de cerca un experto en arte. Lo que leerán hoy es el criterio de alguien que cree que ninguna obra artística está sobrevalorada, sino que todas están subjetivamente dimensionadas en valor económico y una trascendencia estética.
¿Es Égüez un mal artista? Miren, desde mi más profundo y subjetivo criterio, es un muralista extraordinario y estoy orgulloso de que el país tenga un artista de su talla.
¿Comulgo con las posturas políticas de Égüez? ¡Ni de cerca! Mi derecha no me lo permitiría. Pero yo a un artista no lo admiro ni lo aplaudo por lo que piensa, por lo que come o por lo que profesa, sino por lo que es capaz de crear con su cabeza.
Jamás me cayeron bien los amigos de Guayasamín (imagínense, me cae mal Mercedes Sosa, no me maten, no me maten), pero ya quisiera yo haber sido amigo de tremendo artista, de un orgullo mundial.
Combato fervientemente el pensamiento de Frida Kahlo, pero como no quisiera yo tener un pensamiento tan iluminado y ser capaz de inventar verbos y decirle a alguien "yo te cielo".
Repudio la cercanía de Gabriel García Márquez con grupos guerrilleros y con Fidel Castro, pero disfruto de sus libros como el mayor de los manjares. ¿Saben lo frustrante que es soñar con ser escritor y saber que jamás le pisaré ni los talones al Gabo?
En arte, en la literatura, en el cine, debemos ser capaces de distinguir al artista de su arte. Porque lo que se consume no es al artista (con la excepción de Hemingway), sino lo que este deja para la posteridad e, incluso los que piensan radicalmente distinto a nosotros, contribuyen para reforzar, a través de la oposición de ideas, nuestras propias posturas.
Odio el comunismo y todo lo que representa y, sin embargo, puedo hallar belleza en los poemas de Mao Tse-Tung. Aborrezco el cine protesta y no puedo dejar de hallar genialidad en las obras de Sergio Cabrera.
Detesto al capitalismo ideológico oxidado y cadavérico, incapaz de evolucionar, y pese a ello creo que Vargas Llosa es un escritor magnífico. Creo que Houellebecq está mentalmente dañado, y pese a ello leo sus libros sin respirar.
Ya mismo llego al medio millón de Égüez. Aguanten un poco más. Primero entiendan este punto: es ingrato con artistas que sacan adelante el nombre del país con arte reconocido mundialmente, lapidar su arte so pretexto de sus posturas políticas.
Sí. Yo también quisiera ser muralista para pintar en la Avenida Patria un mural frente al de la antigua Fiscalía. Uno que represente la persecución brutal que sufrimos tantos ecuatorianos de manos de los amigos de Égüez. Pero cuando yo le responda a Égüez, será con arte.
A todos mis amigos derechistas: después de la que montaron, prohibidos de ir a Guadalajara y admirar a José Clemente Orozco o a David Alfaro Siqueiros. Desde su postura sería arte basura porque lo que pintaron no representa su pensamiento capitalista.
Sí. Ya me desahogué. Ahora, tras defender las obras de Égüez, le toca a él su parte: jamás la ciudadanía, en ninguna época, va a aceptar que se destinen fondos públicos al arte, porque la gente tiene hambre, la gente tiene angustias mucho más inmediatas.
¿Cuánto cuestan sus obras? Lo que sea. No me jodan. Yo pinto tres brochazos de pintura negra sobre un lienzo y vale nada. Si lo firma Picasso vale USD 3 millones. Por eso empecé diciendo que ninguna obra artística está sobrevalorada, sino que todas están subjetivamente dimensionadas en valor económico y trascendencia estética.
Ese no es el punto final de esta columna, sino que, si el artista quiere trascender y dejar huella con sus murales, debe tener conciencia: cuando sea dinero privado, que cobren los millones que quieran, ya quisiera yo tener el dinero para que Égüez me haga un mural. Pero si se va a pagar con recursos públicos, consejo: o no cobran o cobran un valor simbólico.
¿Por qué? Porque recibir el espacio público para difundir su arte es pago suficiente. Es un espacio para trascender, para perpetuarse. El artista de izquierda que no entiende esto es aquel que come con la mano derecha.
¿Se equivocaron Pabón y Égüez? Infinitamente. Ya no estamos en el Medioevo, cuando los señores feudales y los monarcas pagaban a grandes pintores y escultores para embellecer las plazas con sus rostros e idolologías.
No estamos en la Cuba de los Castro donde los murales deben retratar a Sierra Maestra o al Granma. Estamos en un país democrático donde fiscalizamos el uso que hacen nuestros gobernantes de nuestros impuestos.
Si la Prefecta quiere difundir sus posturas políticas a través del arte, adelante, que lo haga con su dinero, no con el mío.
Tonta Paola, bruto Pavel, animalitos quienes tacharon de arte basura a un artista de la talla de Égüez; y obvio, pendejo yo, por creer que con una columna dejarán todos de hacer y decir tantas soserías.