El mural del medio millón y otras linduras
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Para escribir este artículo, pido al taxista que me lleve al Consejo Provincial. "¿A ver el mural del medio millón de dólares?" Sí, ¿qué le parece? "Disculpará, pero una tontera".
Al pasar por la esquina de la U. Católica, apunta al gigantesco mural lateral del edificio El Girón, con las mujeres indígenas, la planta de maíz y el sol arriba. O sea, con los clichés de rigor, pero que no pretende pasar por arte y probablemente costó 30 veces menos. "Este sí me gusta".
En la esquina de la Fiscalía nos espera otro mural de Égüez, una copia degradada del estilo de Guayasamín, contratada por el fiscal correísta Galo Chiriboga.
Finalmente, parado ante el mural del Consejo, pienso que tienen razón los que arguyen que es una vergüenza y un abuso de poder que alguien contrate a dedo a un muralista que suple su falta de talento y originalidad con clichés del indigenismo del siglo pasado. Y con contactos políticos.
Por ello, el correísmo cierra filas para respaldar ese descomunal despilfarro: desde el caudillo hasta las bases, todos lo encuentran fantástico, patriótico, enriquecedor… no del autor, claro, sino de la cultura nacional.
Siguiendo esa onda, digamos que Pavel Égüez es al muralismo y la pintura, lo que Rafael Correa es a la música y a la canción.
Y así como de Correa nadie creyó necesario hacer un análisis musical o histórico para decir que cantaba mal y punto, tampoco hace falta respaldarse en la historia del arte para afirmar que el mural del Consejo es una nueva agresión al paisaje urbano.
Hay otros ejemplos, claro. Durante la alcaldía de Sixto se impuso en el Panecillo esa desproporcionada figura de aluminio de la Virgen de Legarda, también identificada como la bíblica Mujer del Apocalipsis.
¿Del apocalipsis estético de una ciudad a la que el magnífico arte religioso de la Colonia le ganó el apelativo de Florencia de los Andes y cuyos sacerdotes, dos siglos después, no hallaron mejor recurso que esa copia agigantada de una pequeña virgen tallada por un maestro de la Escuela Quiteña?
Y que, para mayor realce, instalaron sobre un inmenso pedestal de los que se usan para soportar los tanques de agua.
Uno creería que en el Municipio funciona algo como una comisión de arte que califica estéticamente a las obras monumentales, públicas o privadas, que para bien o para mal impactan a la gente.
¡Qué va, si ni siquiera califican los bocetos de sus proyectos municipales! Ahí está el discutido mural de la avenida 24 de Mayo, donde el problema para los más agudos no es el tal Pikachú sino las indígenas bordando, tema que es el cliché máximo de las fotos que toman los turistas en los mercados indígenas: esas humildes artesanas capturadas millones de veces por los celulares.
Okuda las recicló con ese toque postmoderno del payasito amarillo para provocar a la galería. Y lo logró, porque ante el aluvión de críticas patrioteras y tradicionalistas, otros postularon que la creación artística es libre. O que es un obsequio de España; y a caballo regalado…
Los dientes los miramos nosotros, claro, pero ese es un asunto menor comparado con la mayoría de almacenes y edificios de todo tamaño y color que se construyen sin orden ni concierto, con diseños estrambóticos que afean cada vez más a la ciudad.