Al aire libre
Las mujeres que protegen la selva y la historia de Nünkui
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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¿Cómo se le ocurrió traer a la criatura a este frío?, preguntó el médico, malhumorado.
"Vinimos a pedir ayuda", respondió la mujer sin soltar la mano diminuta de su hija.
Había dejado de llorar y tenía los ojos muy abiertos. Tendría unos ocho meses, aunque por el tamaño parecía menor. Respiraba con dificultad.
-Debió dejarla con algún familiar. Está con neumonía.
Ima cubrió a la niña con la manta que le habían regalado en el albergue. En su piel sintió el recuerdo de la cálida humedad de la selva.
Al llegar a emergencia del hospital le habían preguntado su dirección, su provincia, su nombre. Escribieron Curaray, Orellana, y la bautizaron como Susana.
"Nuestra selva no tiene divisiones", pensó Ima.
"Las mujeres Shuar llevamos nuestros niños cargados en la espalda", dijo mirando un rótulo de 'Hacer Silencio' en la pared.
El médico terminó de examinar a la bebé que respiraba oxígeno de una máquina.
Ima se quedó sola con ella. Soltó su mano despacio y se acurrucó en una silla.
La lluvia, el silencio, los sonidos de las aves nocturnas, de grillos, del agua, el bosque vivo era ella misma.
"Mis animales", pensó. El cabeza de mate, el tapir, el armadillo y la capibara.
-Y mi hija. Si ella muere, ya nada importará.
Empezó a soñar con el ruido de los carros que asustaba a los niños en el parque, los gritos de la gente, el mal olor.
Soñó con Nünkui, que lanzaba piedras al cielo y quedaban pegadas como estrellas. Lanzaba los cacaos, los chunchos, los cocos y se volvían estrellas.
El médico la despertó al entrar apurado a la habitación. Pulsó un botón, inyectó algo en el suero y auscultó a la niña.
"¿Cómo llegó aquí Susana?", preguntó el médico, que parecía cansado.
Ella contestó:
"Salimos caminando. Tomamos la canoa y viajamos tres días en el río. Después vinimos en buses hasta la capital", le explicó con un castellano difícil.
-Trajimos nuestra propia comida, nuestra yuca, nuestra chicha, nuestro pescado. Dormimos en el parque.
Y continúo:
-Se acabó la comida. Yo cacé un roedor y una paloma. Prendí un fuego y comimos. Muy mal sabor.
"¿Por qué no compraron algo?", preguntó el médico, pensando en que el roedor seguramente era una rata.
"No sabemos usar las monedas", dijo ella, y añadió:
-No queremos mendigar. Unos estudiantes nos llevaron a todas las mujeres al albergue.
"¿Por qué vino, Susana?", esta vez el médico la miró con insistencia y molestia.
-Ya te dije: para pedir ayuda. Por nuestros hijos. Por los animales. Pero en la ciudad no importan, no saben que el cabeza de mate, el tapir, el armadillo y la capibara son familia.
El médico se frotó los ojos y ahogó un bostezo.
Observó la expresión resignada de la mujer, sus aretes larguísimos, sus cuentas de colores en el cuello. Miró sus manos tatuadas, su rostro redondo con figuras pintadas en la frente y en las mejillas.
"¿Cómo murieron sus animales?", preguntó. Sentía curiosidad.
"Con más ruido que aquí, de motosierra, de taladro", dijo Ima. "Tumbaron los árboles. Prendieron fuego. No alcanzaron a huir".
Se acercó al médico y se paró frente a él y dijo:
-Mi hija necesita los animales y necesita mi río limpio.
-Su niña va a mejorar. Vuelva a su tierra, Susana.
-Vamos a ir juntas donde Nünkui.
-¿Quién es Nünkui?
-Es la diosa que nos lleva a las estrellas.
Nota: en honor a las mujeres de la selva que protegen las especies y el agua, amenazados cada día por la explotación petrolera y maderera.
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