El Chef de la Política
El día que la muerte (cruzada) llegó
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Como toda parca, causó reacciones diversas. Para algunos, fue la culminación de un largo cáncer que venía evolucionando mal hasta convertirse en metástasis. Con los dolores y purulencias que la enfermedad causaba, el desenlace fue un respiro.
Ser un asambleísta decente en medio de tanta inmundicia era una carga cada día más difícil de llevar.
Para otros, la calaca fue un momento desolador. Con ella se iba todo lo que con el sudor del chantaje se había amasado en estos dos cortos años. ¡Les faltó tiempo para hacer todo lo que tenían en mente!
Unos cuantos más saltaron de alegría. Sin disimulo festejaban la consecución del objetivo altivo y soberano por el que tanto tiempo habían trabajado. Para ellos, esta muerte es el símil de quien espera por décadas el fallecimiento del familiar al que se pretende heredar.
Los menos, aún vestidos entre trajes naranja y multicolores, no terminan de entender lo sucedido.
Recién ahora toman conciencia de lo que han hecho y de lo que ya no tienen. Desahucio. A la calle y sin derecho a indemnización.
Peor aún, sin posibilidad de volver porque los Hervas y los Agua ya no están. A llorar detrás de un chilco, dirían las abuelas.
El Gobierno, de su lado, respira tranquilo, aunque no por mucho tiempo. Entre las medidas económicas que se deben tomar, las que la Corte Constitucional puede aceptar y las que electoralmente es útil abanderar, hay un callejón con salida aunque no del todo clara.
Por lo pronto, las alertas de Carondelet giran en torno a las acciones legales que los deudos puedan asumir. Entre lloriqueos y mutuas inculpaciones por la llegada de la parca, las puertas de los jueces constitucionales empiezan a golpear. No obstante, el muerto, muerto está.
No hay nada que se pueda hacer. Si se acepta que un juicio legislativo al Jefe de Estado refleja uno de los momentos de mayor crisis política de un país, allí está la justificación de la decisión presidencial.
Es muy cierto que esta incomprensible figura constitucional prácticamente anula la posibilidad real de un juicio político, pues su utilización por parte del Presidente desmantela cualquier proceso fiscalizador.
No obstante, es muy cierto también que mientras esté allí, en la constitución de los 300 años, es una herramienta a favor del Jefe de Estado.
Esas son las vueltas que da la vida política y que no se prevé cuando se hace una constitución con nombres propios y se deja de lado la posibilidad que en algún momento el poder va a pasar a otras manos.
Aunque las lamentaciones no dejarán de estar presentes en el post funeral, en realidad este muerto ha traído más alegrías que tristezas.
El Gobierno puede gozar del poder algunos meses más mientras la Revolución Ciudadana se prepara para intentar el retorno con igual o mayor fuerza que antes.
Entre unos y otros, de momento, no conviene generar tensiones pues, si cada quien se dedica a lo suyo, las aguas pueden volver a su cauce natural. Ahí se ha generado un nuevo equilibrio entre Gobierno y oposición, dirían los economistas neoclásicos.
Hasta que las nuevas elecciones se produzcan, estamos frente a un escenario de distensión, plantearían los que resuelven conflictos.
En medio de esa tensa calma, socialcristianos, naranjas en sus diversas cepas y Pachakutiks en sus distintas gamas, seguirán buscando a quién endosar la responsabilidad de sus propios errores políticos.
La muerte (cruzada) está entre nosotros y los síntomas de la pérdida se irán evidenciando con el paso de los días.
Aunque las urnas permitirán renacer a unos pocos, la mayoría debe estar preocupada de que en esta ocasión el electorado los sepulte de una buena y definitiva vez. Ojalá así sea.