De la Vida Real
La modernidad de comprar desde la comodidad de la hamaca
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Estoy escribiendo antes de las elecciones y, claro, concentrarme resulta súper complicado. Trato de que el ambiente electoral y político no me afecten, pero es inevitable.
Tengo angustia de qué irá a pasar. Este artículo saldrá el lunes, cuando ya habrá un panorama más claro. No puedo negar que me muero de los nervios. La vida continúa y la rutina no para.
Es comienzo de mes y debo hacer compras para la casa, pero me da mucha pereza salir con este sol tan fuerte, así que acudo a las aplicaciones que, literalmente, me dan haciendo las compras.
Antes de abrirlas, hago una lista en un cuaderno con todo lo que hace falta en la casa. Siempre que voy a comprar me aturdo y no compro lo importante.
Como estoy en la casa cómodamente sentada, no tengo el problema de olvidarme nada. Anoto todas las cosas faltantes. Abro las dos Apps. En la una hay unos productos y en la otra, otros. También veo precios, analizo el producto y agrego al carrito de compras.
Eso es lo maravilloso de esta nueva vida virtual: puedo hacer un presupuesto mucho más concreto, porque uno sabe qué comprar y cuánto cuesta. Cuando voy al supermercado me olvido de la lista, termino comprando de todo, menos lo que necesito. Algo así como en las campañas electorales. Nunca llega lo realmente importante.
Comienzo primero por las verduras y selecciono muy bien en la aplicación la cantidad. Hoy, para el almuerzo, tengo planeado hacer unos zucchinis al ajillo, receta que aprendí en TikTok.
En la otra App, con presupuesto establecido, selecciono carnes y productos de limpieza. Todo lo tengo que hacer perfectamente sincronizado, porque ya me ha pasado que me hago un lío y compro lo mismo en las dos Apps.
Hay veces en las que me siento como si estuviera en el programa Cupomanía, donde las personas hacen cálculos exactos para canjear sus productos y que la cuenta les salga en cero. Bueno, yo sí pago, pero me encanta la sensación de comparar precios y sentir que ahorro.
Es solo una percepción, porque el ahorro se va en ese producto que no necesitaba comprar y al final lo compro.
Una vez cubierta la lista de cosas necesarias y aumentados los cientos de productos no tan necesarios, procedo a pagar. Todo con un clic, hasta que llegan los contras. Suena el teléfono.
"Buenos días, señora Valentina. Los pimientos negros que pidió no están trayendo". A lo cual respondo: "No se preocupe, señorita, pedí por pura novelería. Cámbieles por los pimientos verdes clásicos".
Y llega la pregunta del terror:
-Claro, señorita, ya les cambio. ¿Qué cantidad necesita?
-No sé. ¿Qué será, unos seis?
¿Cómo voy a saber cuántos pimientos comprar si no veo el tamaño? Pienso. Solo sé que necesito pimientos. Después de eso, me entra una llamada de la otra aplicación:
-Señora Cordero, buenos días. El limpiador de baños en la marca que usted solicita no nos está llegando.
-Señor, no pedí limpiador de baños. Pedí un desengrasante para la cocina.
Oigo cómo el encargado de compras se ríe.
-Señora Cordero, aquí me sale desinfectante de baños, pero ya le cambio.
Me río también, y le sugiero que traiga el qué a él le parezca mejor, pero que se fije bien que diga "para cocina". No estoy lista para lidiar con la culpa de mi vagancia, porque, claro, si yo me hubiera ido a hacer las compras me evitaría todos estos malos entendidos.
Me acuesto en la hamaca y pienso en lo delicioso que es que alguien más se encargue de los mandados. Duermo unos diez minutos y no puedo evitar volver a experimentar esta intranquilidad preelectoral.
Sería tan rico sentir esta paz y delegar a gente competente y honrada que nos gobierne, pero como no es así, la angustia de la incertidumbre llega. Me acuerdo del dicho tan común de mi vecina: "Ya no piense más en eso, y que sea lo que Dios quiera".
Es la misma filosofía que utilizo al hacer las compras por estas aplicaciones. ¡Que sea lo que el comprador quiera!
Suena el teléfono, contesto somnolienta. El señor me dice que está afuera de mi casa. Le abro la puerta, y me entrega las fundas empapadas de alcohol. Siempre me entran los nervios de que lleguen al mismo tiempo los dos señores de las dos Apps. O sea, hay que disimular la infidelidad del consumidor.
Por suerte, llegaron con 20 minutos de diferencia.
Al abrir las compras, efectivamente, encuentro los dos paquetes de zucchini. Pero en semillas. Cambio el menú a papas salteadas. Y, con las semillas en mano, pienso que este será el comienzo de aquel huerto que nunca cultivaré.