El mito de la revolución y sus letales consecuencias
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
Actualizada:
En estos días de candidatos tiktokeros se repite que en Ecuador no surgen líderes con proyectos políticos.
No es cierto, pues ahí están Rafael Correa y Leonidas Iza, dos líderes poderosos y peligrosos que irrumpieron en la escena nacional enarbolando la bandera de la revolución.
Una bandera que desde los tiempos de la Revolución Liberal ha sido utilizada por diversos grupos sociales, no necesariamente de izquierda o progresistas.
Hace pocos años la Revolución Ciudadana, que más tuvo de curuchupa que de revolucionaria, se disolvió en medio de escándalos de corrupción, ineficiencia y despilfarro.
Pero quedó el movimiento correísta que sigue siendo una fuerte opción electoral, aunque ahora levante consignas reaccionarias en su sentido más literal: el de volver atrás, a un pasado supuestamente feliz.
Leonidas Iza retrocede aún más. Alimentándose de las teorías planteadas hace 100 años por un marxista peruano, José Carlos Mariátegui, plantea derribar violentamente el andamiaje del capitalismo e instaurar el comunismo indoamericano.
Esta mezcla de milenarismo y mesianismo étnico nos obliga a recordar que las revoluciones se han cargado a millones de gentes, imponiendo a sangre y fuego su versión del paraíso en la Tierra.
Como la utopía es por definición inalcanzable, las revoluciones empiezan a fracasar desde el principio, devoradas por sus propias contradicciones y por la lucha por la hegemonía.
De allí las purgas, de allí el adagio de que toda revolución devora a sus propios hijos. Sucedió en Francia, sucedió en México y especialmente en Rusia, donde el terror estalinista sirvió para consolidar un modelo totalitario, modelo que Putin busca restablecer ya sin el pretexto del socialismo.
En 'El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina', el historiador Rafael Rojas expone el desarrollo, las influencias, modificaciones y fracasos experimentados por el concepto de revolución, nombre que se ha aplicado a distintos procesos de cambio desde la Revolución Mexicana hasta la última revolución armada del siglo XX en América Latina: la Revolución Sandinista.
Entre medio, la que mayor influencia ejerció a nivel ideológico fue la Revolución Cubana, gracias al carismático y locuaz Fidel Castro, y al Che Guevara, digo yo, cuya saga y cuya foto icónica difundieron a nivel mundial la idea romántica de que se puede cambiar el mundo a la brava, jugándose el pellejo.
Y perdiéndolo.
El caso de Chile merece artículo aparte ahora que se cumplen 50 años del golpe contra Allende, quien, a diferencia del Che, apostaba por la vía pacífica y democrática al socialismo. Pero Estados Unidos tampoco iba a permitirlo en el contexto de la Guerra Fría.
Hoy, a pesar de que Cuba derivó en el estalinismo, Nicaragua en el somocismo y Venezuela en el desastre total, ¿por qué la idea de la revolución sigue atrayendo a la gente?
La respuesta corta es porque amplios sectores de la población latinoamericana anhelan un cambio radical de su situación de pobreza e injusticia. Baste como ejemplo el caso candente del Perú.
Y siempre habrá líderes que manipulen esos sentimientos de rebeldía y desesperación agitando –para bien al principio, para mal al final– la desgastada bandera de la revolución.