En sus Marcas Listos Fuego
“Yo pongo ministros”
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Ha llegado el día de desenmarañar aquel enredo psicótico en el que tropiezan quienes confunden Ética y Derecho.
¿Poner ministros es delito? Déjenme preguntar bien: ¿Que un privado envíe la hoja de vida de X para el cargo público A es delito? La respuesta es, como casi siempre: depende del contexto.
Hoy vamos a ver algunos ejemplos para que dejemos de hacer lo que como buenos ecuatorianos sabemos hacer mejor que el ceviche: meterle chochos o palmito a lo que debería oler exclusivamente a mar.
Ejemplo del bien intencionado:
Una mañana recibo una llamada del Ministro de Gobierno, quien, conociendo que soy profesor universitario y abogado penalista, me pregunta si conozco a algún abogado joven y capacitado en seguridad ciudadana, derechos humanos y Derecho Penal, pues necesitan a alguien urgentemente en un cargo X con ese perfil por un sueldo de USD 2.000 mensuales.
Yo, bien intencionado y siempre viendo por el bien del país, empiezo a preguntar por mis exalumnos, colegas y amigos con ese perfil.
Cierno a los que tienen un trabajo en el que ganan más que eso, a los que no les interesa la función pública, suprimo a los que me parecen ineptos y por fin hallo dos nombres de abogadas jóvenes y aptas para lucirse en ese cargo. Las llamo, les cuento de qué se trata, me dicen que sí les interesa y, acto seguido, envío esas carpetas.
Semanas más tarde, me entero que una de ellas fue contratada y sonrío. Me alegra que los más capaces lleguen a los cargos regentados históricamente por los más pipones y, al mismo tiempo, me alegro por ella.
Y punto.
Ejemplo del negociante:
Una mañana recibo una llamada del Ministro de Gobierno, quien, conociendo que soy profesor universitario y abogado penalista, me pregunta si conozco a algún abogado capacitado en seguridad ciudadana, derechos humanos y Derecho Penal, pues necesitan a alguien urgentemente en un cargo X con ese perfil por un sueldo de USD 2.000 mensuales.
Yo, frotándome las manos, rastreo a un par de especímenes que me vienen bien para el cargo y llego a un acuerdo con ellos: yo les consigo el cargo a cambio USD 40.000 mensuales por 12 meses.
Obvio, para que alguien con un cargo de USD 2.000 al mes me pueda pagar 20 veces lo que gana, debe entrar a robar. Y a robar el triple de lo que me va a pagar a mí.
Semanas más tarde me llama y me dice: “me contrataron”. Esa tarde, obvio, como buen nuevo rico, me compro un Mercedes a crédito.
Y punto.
Ejemplo del lobista:
Una mañana recibo una llamada del Ministro de Gobierno, quien, conociendo que soy profesor universitario y abogado penalista, me pregunta si conozco a algún abogado joven, capacitado en seguridad ciudadana, derechos humanos y Derecho Penal, pues necesitan a alguien urgentemente en un cargo X con ese perfil por un sueldo de USD 2.000 mensuales.
Consigo el perfil perfecto y le pido al elegido un solo favor: que difunda que yo lo puse ahí. ¿Para qué? Simple. Para que se riegue el rumor de que yo soy quien pone y saca funcionarios en el Gobierno. ¿Para qué? Obvio, para que la gente me tema o que me haga favores creyendo que yo les deberé uno el día de mañana. Para ser el poderoso de turno, mientras dure el acto de ilusionismo.
Y punto.
Entonces, ¿qué diferencias encuentran en los tres ejemplos? La respuesta es, sin más factores que añadir, sencilla: en el ejemplo 1 hay buena fe, un ciudadano refiriendo nombres porque se lo pidieron; en el segundo ejemplo hay delito; en el tercer ejemplo hay una falta ética, pero no necesariamente un delito.
Quiero que se den cuenta de que referir carpetas no está mal, al menos no siempre. Que se den cuenta de que es normal que un ministro llame a pedir referencias. Yo lo haría si estuviese en el poder. Imagínense, debo elegir Ministro de Salud, ¿a quién elijo? Me voy a dejar guiar por mi círculo cercano de médicos y profesionales de la investigación científica y de seguridad social.
Lo que está mal, lo que debe escandalizarnos, es que se trafiquen cargos, que el que refiere busque ganar en verdes, que el que busca quiera que le repartan algo y que el que es seleccionado sea una cucaracha cuya existencia social valga la pena solo cuando es aplastada.
Escribo esta columna recordando las palabras de Chérrez en una grabación recién difundida, cuando le dice a su interlocutor: “yo pongo ministros” y se ríe. Sí, me dio asco, ese asco que deberían sentir sus descendientes, cualquiera que algún día se sintió orgulloso de su legado. El mismo asco que me da la sabandija que, desde la función pública, pedía USD150.000 mensuales para él, para depositarlos en Andorra.
Pero, así como estos buenos para nada nos deben causar arcadas, debemos ser objetivos y no encerrar a todos los casos en las mismas paredes y en su lugar distinguir los casos normales, probos, de casos delictivos o inmorales.
Las noticias que informan hechos noticiosos llegan a los oídos, espero yo, de gente pensante, eso quiere decir que antes de sacar conclusiones, debemos analizar caso por caso y solo después de haber realizado el ejercicio elemental de pensar, abrir la boca.
Concluyo así: que los actos buenos sean aplaudidos, que las actuaciones inmorales sean repudiadas, que las conductas delictivas lleven a sus ejecutores tras barrotes, pero que siempre, siempre, seamos capaces de distinguir los rábanos de los rubíes, o seguiremos siendo esta sociedad que somos ahora, una que merece cada día más el espesor del lodo en el que vive.