El Chef de la Política
Mini alcaldes
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
Actualizada:
Quito se apresta a elegir nuevamente un mini para la Alcaldía. Mini porque llegará con un bajo porcentaje de apoyo popular. Mini porque contará con un limitado número de concejales que lo respalden.
Mini porque, como consecuencia de lo anterior, su capacidad de gestión política, económica y operativa, será reducida.
Mini porque, en definitiva, será una autoridad de elección directa con amplias capacidades en lo formal, pero con tal nivel de restricciones en lo cotidiano que sus posibilidades de ejecución serán ínfimas, casi como las de un funcionario de rango intermedio de la administración pública.
Como Quito es una ciudad maxi, comparativamente con el resto de las existentes en Ecuador, cuando su alcalde es mini, la descripción ya hecha se vuelve más notoria.
Si el nuevo alcalde o alcaldesa llega a su cargo con menos del 30% de votos, no puede ser sino mini.
Partir con un respaldo inferior a la tercera parte de las voluntades pone desde el inicio al burgomaestre en condiciones difíciles. Dado que asume una ciudad con una variedad de problemas estructurales, frente a los que las soluciones de fondo no se pueden observar en el cortísimo plazo, pocos meses después de la posesión el apoyo en las calles empieza a debilitarse.
Si a lo dicho se suma que Quito, junto a Guayaquil, 'absorben' buena parte de los conflictos nacionales en su propio seno, ahí se entiende una de las razones por las que el alcalde se convierte en mini prácticamente desde su llegada.
Por otro lado, y como una consecuencia inevitable del limitado porcentaje de votos con el que llegará al cargo el mini alcalde, el número de concejales que respalden su proyecto será tan solo un reflejo de aquello.
Cualquier proyecto político que el próximo alcalde tenga en mente pronto se vería enfrentado a una diversidad de oposiciones políticas en el Concejo Municipal, convertido en espacio de boicot de la agenda de gobierno ofrecida a la ciudad.
Así, aún con ideas claras en la mente, el mini alcalde sucumbirá en una maraña de intereses cruzados, expectativas electorales y, desde luego, deudas de campaña de la gran mayoría de concejales que deberán pagarse.
Esas deudas se honran, con intereses y con jugosísimos rendimientos a favor del concejal, a través de la captura de la enorme y casi indescifrable cantidad de empresas públicas y secretarías con las que cuenta el Municipio de Quito.
Por tanto, el mini alcalde no solo debe lidiar con una debilidad de orden político, dada su propia votación y el tamaño de la bancada de concejales, sino también con el inevitable rol que le tocará asumir como dador o, dicho de forma más precisa, como distribuidor de espacios de poder en el cabildo de la ciudad.
Mi voto, esta secretaría. Mi voto, esta administración zonal. Mi voto, esta empresa municipal.
Ese es el nivel de debate al que se verá enfrentado el mini alcalde. Lo más triste de todo es que si el nuevo primer ciudadano de Quito osa imponerse y no repartir los cargos, que en términos políticos no es cuestionable, pero sí cuando se busca acceder a ellos para generar corrupción, las respuestas serán inmediatas y de todo calibre.
Desde el grito y la guerra a través de medios de comunicación y de las redes sociales hasta la amenaza, que puede convertirse en realidad, de destitución. Por tanto, pragmática como es a veces la política, al mini alcalde no le queda más opción que entregar lo que se le pide y así ganar un poco de gobernabilidad.
Las semejanzas con la histórica relación Ejecutivo-Legislativo en Ecuador no son una casualidad.
Pero todo el escenario retratado se ve solamente en el día a día, no desde el deber ser, como en ocasiones tendemos a analizar la vida política del país. Desde el papel, desde la normativa, Quito tiene un burgomaestre con mucho poder, espacio de gestión y capacidad de decisión.
Desde lo fáctico, es un mini alcalde. ¿Cómo se sale de ese atolladero? La respuesta es simple, mientras nuestros políticos locales sigan en sus microcosmos, nunca. Nadie quiere hacer carrera política en la ciudad, empezando por una concejalía. Todos quieren ir directo a la alcaldía.
Eso de ir escalando espacios, eso de ir creciendo en experiencia y vinculación con la gente, eso de ser respetuoso de los tiempos de la política, es para los otros, para mí, no. Yo soy alcalde o alcaldesa, hoy. Para mañana es tarde.
Además, eso de tener partido o movimiento, tampoco es problema. Se compra uno, se lo alquila o se lo permuta con posteriores autorizaciones de construcción, permisos o legalizaciones.
De lo descrito a la papeleta electoral llena de candidatos a mini alcalde hay un paso y de eso a la dispersión electoral, otro. Lo que se viene en 2023, por tanto, no será nada diferente de lo ocurrido en 2019.
Ofertas a granel que son irrealizables incluso si hay buena fe de por medio. Solamente cuando los egos se aplaquen y los mini candidatos asuman que es mejor juntarse alrededor de una sola lista, se podrá avizorar algún cambio para la ciudad.
Hasta tanto, Quito seguirá condenada al gobierno de los concejales, los que presionan por espacios de poder desde los que generan corrupción, en parte para pagar sus deudas de campaña, en parte para enriquecerse ilícitamente con los recursos de la ciudadanía.
Vayan mini alcaldes, la lucha por el espacio arrancó.