Ecuador, un país atenazado por el miedo
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Nunca fue ese el objetivo de los líderes históricos de la Conaie ni de Pachakutik, pero el actual movimiento indígena y sus aliados de facto han logrado aterrorizar por segunda vez al país.
Tanto así que el exalcalde de Guayaquil y líder del Partido Social Cristiano (PSC), Jaime Nebot, acaba de plantear la división… perdón, la creación de un Estado Federal. La propuesta viene edulcorada con volátiles promesas de unidad y echando la culpa de las protestas al Gobierno.
Por su lado, a Leonidas Iza se lo ve muy asumido de su papel de mandamás. No es para menos: ser durante 18 días el hombre más poderoso de Ecuador y tenernos a su merced obnubilaría a cualquiera.
El asunto es que los miedos siguen acumulándose. Miedo a andar libremente por la calle debido a la violencia del narcotráfico y de la delincuencia común.
Miedo al desempleo y al futuro de una economía que sufre golpe tras golpe desde el descalabro correísta y su secuela, el morenismo, agravada por la pandemia.
Miedo a contagiarse del Covid-19 y miedo a los efectos de la bestialidad rusa que mantiene en vilo a Europa y desata la inflación global, empezando por el precio de los combustibles.
Temor a los efectos de subsidiar el combustible de los carros de los ricos, del narco y el contrabando; medida populista y antiecológica donde las hay.
En cuanto al terror, en la vecina Colombia de los años 80 fueron los sangrientos atentados del narcotráfico, combinados con la violencia desalmada de las FARC, los que instalaron un miedo generalizado en la población.
Mientras en Perú el horror estuvo a cargo de Sendero Luminoso, en cuyo ejemplo se inspiran algunos de los vándalos que incendian a Quito.
El miedo que se implanta desde arriba también sirve para ejercer omnímodamente el poder.
¿Quién puede criticarle algo a Vladímir Putin, en Rusia, o a Ortega en Nicaragua? Sufrirá la cárcel y la tortura. O, simplemente, desaparecerá del mapa.
Torturados. Desaparecidos. Me tocó vivir el inmenso miedo que se instaló en Chile de la noche a la mañana con el golpe de Pinochet. Ese pavor que duró 17 años, cuando cualquier milico podía disponer de tu pellejo.
Recuerdo también cuando Febres Cordero instaló momentáneamente el miedo en Ecuador: concentró el poder, rodeó al Congreso y lanzó la campaña por la participación de los independientes.
Pero el expresidente Oswaldo Hurtado desafió la intentona autoritaria y lideró el voto por el No. También se rebelaron la Izquierda Democrática (ID) y los socialistas.
Ahora no hay un líder ni un partido que organicen la defensa del sistema democrático. La Asamblea es un nido de golpistas y el Gobierno parece un chiste, con esos carcelazos a Iza que solo sirven para promocionar su figura presidencial.
A ello se añade el miedo a criticar los abusos de los indígenas porque te acusan de racista. Y el miedo a salir a trabajar durante el paro porque te acusan de capitalista.
Y el miedo a que cualquier rato se vuelvan a levantar la Conaie y sus aliados y crezcan, por oposición, las fuerzas separatistas.
Lo más patético es que todo esto sucede cuando celebramos el bicentenario de la Independencia y el origen de la República.