Esto no es político
Barras bravas del poder
Periodista. Conductora del programa político Los Irreverentes y del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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Un presidente de la República que decide violar los tratados internacionales e incursionar con las fuerzas armadas a la Embajada de un país amigo para detener a un exvicepresidente con dos sentencias en firme y varias otras investigaciones penales en curso, una de ellas, por un presunto delito sexual.
Una Canciller que se lava las manos, ejecuta una decisión presidencial violatoria a los mínimos estándares de relaciones diplomáticas y evita dar la cara en la reunión de la OEA para justificar su actuación, como país.
Un expresidente con una sentencia en firme por el delito de cohecho, que, cada vez que se destapa pus por algún acto de corrupción en la década que gobernó, alega persecución política mientras despotrica desde Bélgica, añorando ser el todopoderoso, autoritario y omnipresente mandatario que ya fue, y pide a gritos sanciones para su país.
Un exvocal del Consejo de la Judicatura que cuenta cómo usó a su antojo el cargo para, junto con otros personajes de su misma calaña, ser parte de un sistema de abuso y acumulación de poder y permitir que un expresidente y un presidente en funciones, metieran manos en la justicia.
El presidente de una comisión legislativa, otrora entusiasta partidario al servicio de la Revolución Ciudadano, hoy fiel escudero del oficialismo, utilizando mañas para blindar a tres ministros en lugar de cumplir su obligación fiscalizadora. El partido primero, se sabe; los ciudadanos, después.
Es el retrato de un día en Ecuador. Es el retrato de los políticos y funcionarios que han estado y están a cargo de la toma de decisiones determinantes para el país.
Y no solo eso, creo que son los políticos que retratan al detalle el país que tenemos. Aquellos que son defendidos con ceguera y adoración absoluta por miles de ciudadanos enceguecidos convertidos en barras bravas. No son coidearios, colaboradores o simpatizantes, mucho menos ciudadanos; son barras bravas, capaces de aniquilar al oponente con toda clase de descalificaciones, improperios y vulgaridades, para defenderlos a cualquier costo.
Excelente la invasión a la Embajada, qué bien puestos los pantalones del Presidente Noboa. Aplausos.
Jorge Glas, nuestro héroe, hombre valiente que ha soportado la barbarie y la persecución política incansable. Aplausos.
La Canciller no fue a la OEA porque no es funcionaria de carrera y tenía otras cosas que atender. Aplausos.
El expresidente Correa pide sanciones para el Ecuador, cualquiera lo haría, es lo justo, es lo que procede; además él no tiene por qué resolver lo que otros dañan. Aplausos.
Esas barras bravas se enfrentarán a muerte cuando de tener la razón se trate y, con los rostros deformados por la virulencia de sus respuestas y el teclado a punto de romperse de tanto teclear, serán incapaces de parar el odio y la adoración por un momento para hacerse preguntas. Esas preguntas que requieren respuestas desde la razón, no desde las vísceras.
¿Queremos impunidad para los nuestros y venganza para los otros?
¿Queremos un país que respete la ley y las instituciones, o queremos que quien las irrespete sea de nuestro bando?
¿Queremos una justicia independiente o queremos ser nosotros los dueños?
¿Queremos ciudadanos críticos o queremos barras bravas?
A veces, parece que la segunda.
Una barra brava no reflexiona. Una barra brava es irracional y fanática. No acepta errores. Defiende con violencia. Odia y ama con violencia. Es alimento de alta calidad para los abusos, el autoritarismo y la desinstitucionalización. Está al servicio del poder y, por lo tanto, es incapaz de cuestionarlo.
La barra brava aplaude hasta el cansancio, sin entender que de esos aplausos se alimenta el monstruo más peligroso en una democracia: el poder ilimitado capaz de desvirtuarlo todo, de aniquilarlo todo, incluyendo a sus fanáticos irracionales.