Lo invisible de las ciudades
Por el partido, no; por la ciudad
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Durante estas últimas semanas ha ocurrido una serie de declaraciones relacionadas con el Metro de Quito. La insistencia por parte del alcalde Muñoz en categorizarlo como una obra de la revolución ciudadana, ha provocado reacciones en otros segmentos políticos. De entre ellas, podemos resaltar las declaraciones que el exalcalde Mauricio Rodas subió a las redes sociales.
Rodas cuestiona si la autoría del Metro es realmente de la Revolución Ciudadana, pues gran parte de este importante medio se construyó durante su administración; mientras que, las administraciones de los alcaldes Barrera y Muñoz se han encargado de iniciarlo e inaugurarlo, respectivamente.
Adicionalmente, Rodas cuestiona la falta de un contrato para el mantenimiento integral del Metro, responsabilizando de ello directamente al alcalde Muñoz.
Este comportamiento por parte de nuestros políticos se está volviendo una tendencia reiterada. Resulta, lamentable, que los dimes y diretes sean más relevantes que el propio servicio a la ciudad.
En el caso del Metro de Quito, tuvieron que pasar cinco alcaldes para que la obra estuviese finalizada y operativa. Gran parte de ellos ha peleado por dejar su nombre en la historia como los constructores del Metro. El exalcalde Guarderas incluso llegó a ponerlo en operación, pero de una manera ineficiente; similar en horarios, operatividad e intenciones a los gusanitos que dan vueltas alrededor de La Carolina.
Nuestra cultura política se ha degradado tanto en los últimos 20 años, al punto de distorsionar el verdadero significado de lo que es ser elegido para un cargo, a través de las urnas. Se cree ahora que ganar una elección es llegar a un cargo público para poder trabajar la agenda política de un partido; y eso nos tiene viviendo en una situación paradigmática.
Se busca sólo hacer obras que den réditos políticos a quienes las inician. Las obras iniciadas en administraciones anteriores deben ser reconfiguradas, para que parezcan propias; y se debe borrar el nombre de quien las inició años atrás. Finalmente, si el escenario político no permite divisar una reelección en el horizonte, se evita desarrollar obras que beneficien a los sucesores.
Esto último explica el porqué no se ve que se inicien nuevas obras relevantes en escala y prioridad. Las dos ciudades más importantes del Ecuador son atendidas a punta de parches; por el miedo a beneficiar al opositor político.
Las autoridades electas no se deben a su partido; se deben a todos los votantes, incluso a ellos que no votaron por ellos. Ser elegido en las urnas es un privilegio que nos da la oportunidad de servir. Tal responsabilidad debe estar más allá de los proselitismos y de los cálculos políticos.
Debemos entonces reconfigurar la mentalidad política. Servir a una ciudad, a una provincia o al país entero implica iniciar trabajos que deberán ser terminados por aquellos que vengan después de nosotros. El servicio público no puede estar sometido a los caprichos de un partido. Al contrario, los requerimientos de los ciudadanos deben estar muy por encima de agendas políticas partidistas.
Por ello, le pedimos a los servidores públicos que dejen a un lado la niñería de pelear por la autoría de obras iniciadas o terminadas durante sus administraciones. Ustedes no son los autores de dichos proyectos. Esas obras las hacen los ciudadanos; ustedes son solo un medio que usa el pueblo para poder materializarlas. Limítense a ello.