Perder la memoria es perderlo todo
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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No somos más que memoria; si la perdemos, dejamos de ser, punto. Queda un cuerpo que se va deteriorando, hasta que se olvida, incluso, de las funciones vitales. Por eso es tan dramático el Alzheimer y tan impactante ver su desarrollo en películas como ‘Siempre Alicia’, en la que Juliane Moore encarna a una intelectual brillante que empieza a perder la memoria en la cincuentena. La representó tan bien, con tanta convicción y oficio, que ganó el Óscar del 2015.
Sin embargo, ‘La memoria infinita’, dirigida por la chilena Maite Alberdi, supera a esa obra maestra, tal como me oyen, es más honda y conmovedora y también estuvo nominada al último Oscar, pero en el género documental, aunque es más que eso pues los protagonistas –Augusto Góngora, famoso periodista de TV, y Paulina Urrutia, su pareja de 20 años, actriz profesional– saben que una cámara los está filmando en su intimidad.
Esta película tiene toda la fuerza de la realidad y devela la angustia de ir perdiendo poco a poco la conciencia.
Al principio vemos a Augusto como joven reportero de izquierda, presentando la grave situación de los sectores populares durante la dictadura militar y escribiendo con otros autores un libro mitológico: ‘Chile, la memoria prohibida’, donde proféticamente anota: “Sin memoria no sabemos quiénes somos, divagamos sin saber a dónde ir”. Habla, claro, de la sociedad chilena, pero se aplica a su enfermedad letra por letra.
Y vemos a Paulina en sus representaciones teatrales y asumiendo el Ministerio de Cultura que le encarga Michelle Bachelet. Porque esta es una historia de pareja, cargada de dolor y de ternura; de cómo los dos van enfrentando el avance del Alzheimer.
Esto nos recuerda al filme ‘El padre’, cuyo eje es la relación de la hija (Olive Colmann) con su padre (Anthony Hopkins), quien está hundiéndose en el pantano de la demencia senil, salvo que aquí se trata de una relación tensa, cargada de bronca y desaliento, mientras ‘La memoria infinita’ muestra una historia de amor sin una gota de cursilería.
Siempre me he preguntado qué pasa por la cabeza de un enfermo de Alzheimer, de cuánto se da cuenta, cuánto sufre. Pues aquí lo vemos, por ejemplo, en un momento estremecedor, cuando Augusto angustiado, desconoce a su esposa y clama chilenamente, tomándose la cabeza: “Estoy solo, me están hueveando”, e invoca a sus hijos ausentes, “no puedo más”, llora y al espectador se le parte el alma.
Con respeto, con empatía, con dignidad, la cámara enfoca el derrumbe de la realidad, de eso que cada uno llama realidad y reconstruye día a día, tal como reconstruimos cada instante nuestro frágil yo y vamos reacomodando los recuerdos pues la identidad personal tiene su parte de invención.
Perder las facultades mentales implica la pérdida de las cosas. Augusto cree que se le están llevando los libros (y es verdad que los está perdiendo sin que nadie se los lleve) “Mis libros, yo me saqué la cresta… (‘la madre’ diríamos acá) haciéndolos, son tanto para mí”, y le muestra a Paulina el ejemplar que tiene entre manos.
Ella intenta consolarlo, le acaricia, le muestra que está rodeado de libros, pero él insiste entre lágrimas: “Toco lo que tengo, son mis libros, perdóname”. Ella dice con dulzura: “Tú estás ahí”. Él remata: “Los libros soy yo”. Prueba desgarradora de que un retazo de su memoria intenta aferrarse físicamente a lo que fue y se le escapa.
Tiempo después, su última frase será: “Ya no soy”. Allí es cuando la directora suspende el rodaje pues el deterioro de Augusto se ha agudizado mucho durante la pandemia.
Augusto falleció en 2023, ajeno al clamoroso éxito de su documental. “Gracias por compartir”, le dicen ahora a Paulina, quien está muy satisfecha de haber participado en una película tremendamente necesaria, que abordó un tema tabú pues, según ella, “la gente le tiene más miedo al Alzheimer que a la muerte”.
Pero queda en pie la duda: ¿sufrirán todavía los enfermos?, ¿será preferible morir antes que vagar por los meandros de la desmemoria?