De la Vida Real
Me volví fanática de El Miche y su forma de retratar a Ecuador
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
Actualizada:
Cuando era chiquita, para mí era normal ver que hubiera gente mayor. Fui creciendo, y esas personas se estancaron en el tiempo. Ahora, los equiparo en edad y en canas, y ellos siguen igual, como mi abuela, Alfonso Espinosa de los Monteros y Carlos Michelena.
Me di cuenta de este dato fisiológico temporal recién el jueves anterior, cuando fuimos con unos amigos a ver el show de Michelena en la Universidad Católica. Era la primera vez que lo veía en vivo. Cuando éramos chiquitos, mis papás tenían filmado su show en un casete de VHS. Se veía borroso, el sonido era fatal y no se entendía nada.
Mis papás se reían. Ahora, me confiesan que ellos iban al parque de El Ejido y sabían de memoria sus chistes.
-Era programa del día ir a verle al Michelena. No sé por qué no les habremos llevado. Pero con tu mamá íbamos a cada rato. Me gozaba cuando les hacía propaganda a las señoras que vendían en sus canastas papas, sandía, chicles y tabacos… Todos terminábamos comprándoles algo. Era lo más alhaja irle a ver. Le hice una entrevista hace años, ya te he de dar para que leas.
Me dijo mi papá cuando le conté que ahora soy fan a muerte del Michelena.
Era la primera vez que lo veía en un show. Muchas veces me topé con él en el bus cuando salía de la universidad. Y en algunas ocasiones me senté a su lado, pero nunca le dije nada personal. "Buenas noches", le decía y me sentaba.
Tengo que confesar que me daba vergüenza hacerle la conversa, algo de lo que en estos días me he arrepentido con mi vida. Yo le veía como un señor mayor, callado y pensativo. He de haber pensado que no tenía cosas en común conmigo.
El jueves, en el teatro de la U. Católica, lo veía de lejos. Me quedé admirada de su agilidad, su memoria y su simpatía. Hubo un rato en que pensé que me iba a morir de la risa, pero es literal, me reí tanto, que me quedé sin aire mientras mis ojos no paraban de lagrimear.
Cuando el chiste daba solo para una carcajada, me quedaba un espacio para poder ver algo más en él que me provocaba ternura y nostalgia. Me pareció un ser que desborda bondad, alegría y talento.
Tiene algo profundo que transmite mucho más que humor. No sé cómo describir esa magia interna que lo domina.
Como un flash improvisado de luz, impulsivamente, me vino la necesidad inmediata de saber su edad. Agarré mi celular con el brillo en mínimo, abrí Google y puse: "edad Carlos Michelena".
Me salió: 68 años. Y la fecha 5 de enero de 1954. Pensé, no es tan viejo, es solo cuatro años menor que mi Pá.
El dato de la edad me resultó algo indiferente ante tanta risa. Siempre le he oído a mi papá decir que el humor es una cosa seria, pero hasta ese día no había entendido esa frase. Y sí, el humor es cosa seria.
El Miche hace una radiografía social impecable en la más alta resolución posible. Hubo ratos en que hasta me dieron ganas de llorar al pensar en cómo somos como sociedad.
Contó entre chiste y mímica el maltrato que pasa la gente de escasos recursos en los hospitales públicos. El Miche, con su humor, evidencia una realidad social que, al igual que él, se detuvo en el tiempo, nada ha cambiado desde hace más de 50 años.
Luego de esta profunda reflexión, me volví a ahogar de la risa. Contó cómo una pareja va a la playa en feriado. ¡Qué bestialidad! Es que me vi reflejada. Me dio risa la forma en que soy, y no hablaba de mí. Ese es el don que tiene el Miche.
Es un genio: capta la sociedad tal cual es y con una habilidad suprema nos transporta a nuestra cotidianidad. Contó cómo el esposo se pone de mal genio cuando la esposa quiere comprar mandarinas en el tráfico de Alóag.
Y cuando llega esta pareja a la playa y quiere comer algo, entra a un restaurante y pregunta: "Seño, ¿tiene almuerzo?" Volví a vivir nuestras vacaciones de hace 15 días.
Al final del show, todos nos paramos para aplaudir. Ya iba a salir con mi esposo, y mi amiga me dice: "Valen, espera para tomarnos una fotito", cosa que jamás me hubiera atrevido a hacer sola.
Entramos al camerino como dueñas de casa y le pedimos una foto. No cruzamos más palabras. Así resultó ser la vida: tarde o temprano nos topamos con un ídolo. "Más que sea para la foto", como diría el Miche.