Mayra, los Rólex y la frivolidad del mal
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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El Óscar que acaba de recibir ‘La Zona de Interés’ ha actualizado la idea de la banalidad del mal que Hanna Arendt desarrollara cuando cubrió el juicio del nazi Adolf Eichmann, un tipo pequeño y mediocre que fuera secuestrado en Argentina y ejecutado por genocidio en Israel en 1962.
Pero la película dirigida por el inglés Jonathan Glazer –de familia judía practicante– no se enfoca en los criminales ni en las víctimas sino en la vida bucólica que llevaban, al lado del campo de exterminio de Auschwitz, la esposa y los cinco hijos del comandante Höss, ignorando los aullidos de las víctimas y la permanente lluvia de ceniza de los hornos crematorios.
Ese tema y el reconocimiento de Hollywood parecían engarzar perfectamente en el relato que difunden Netanyahu y su gobierno de ultraderecha para justificar la brutal destrucción de Gaza y su gente. Pero, ¡oh sorpresa!, al recibir la estatuilla dorada, Glazer dijo negarse “a que su judaísmo y el Holocausto se vean secuestrados por una ocupación que ha llevado al conflicto a tantas personas inocentes, ya sean las víctimas del 7 de octubre en Israel o del ataque que se está llevando a cabo en Gaza”.
Las reacciones de organizaciones judías en EE. UU. y autoridades de Israel fueron extremas. “Traidor” es lo menos que le dijeron, pero Glazer quiere que leamos su filme desde el presente y para el presente, ahora que, una vez más, los conceptos del bien y el mal se diluyen y banalizan pues la mayoría se alínea con el discurso del poder por miedo o conveniencia. También en Rusia, decir “no a la guerra” significa ir años a la cárcel por traidor a la patria.
En Ecuador, guardando las distancias, el mal está representado por el narco y sus ramificaciones en todas las esferas sociales. Pero de todos los siniestros personajes que las investigaciones de la Fiscalía han ido sacando a la luz, hay uno sonriente que encarna a la perfección la frivolidad del mal: Mayra Salazar. (Uso “frivolidad” para no estirar demasiado el concepto de Arendt).
Cuando uno lee sus chats con Salcedo, Aleaga, Muentes, Arreaga y sobre todo con Norero –su “relación sentimental” y fuente de poder– lo que asombra es la liviandad, la naturalidad, los jajajás, el coqueteo, como si estuviera muy bien y fuera muy normal servir de intermediaria de un criminal sanguinario que ordena asesinatos desde la cárcel. O armar chanchullos con Salcedo, el Bello como le llama Norero, que se roba la plata de las mascarillas en plena pandemia mientras los guayaquileños mueren por miles. O fomentar como si nada la corrupción de jueces y políticos.
La seducción funciona pues todos andan obsesionados en conseguir dinero para comprarse los Rólex más caros del mercado. Así, mientras los sicarios juveniles se identifican con sus tatuajes de a luca, los jueces y políticos y empresarios truchos se pavonean con sus relojazos en coches de alta gama, sin asomo de culpabilidad o vergüenza. Por el contrario, esa ostentación y esa fatuidad tienen por objetivo volver socialmente aceptable el origen oscuro de los fondos. El pecado es ser bobo, no ladrón.
Hay, por supuesto, métodos menos visibles. Como cuando Mayra chatea que a un juez le enviará al spa para que no se instale una sesión. ¿Tan poquito? Bueno, en su artículo “La putería”, Felipe Rodríguez aclara cómo funciona este soborno que no deja huellas rastreables como el dinero.
Otra vez da vértigo pensar que sea tan fácil deslizarse de lo correcto a lo incorrecto (un par de polvos de lujo no le hacen daño a nadie, jajajá, pensará el juez), en quedar enganchado para siempre a las gentilezas de Mayra, que también consigue para sus clientes “chicas triple A de la TV”.
Volviendo a la banalidad del mal en los regímenes totalitarios, el punto es que no son monstruos de nacimiento, que no son seres tan especiales. Al contraraio, dice Glazer, “nadie nace como asesino de masas, sino que paso a paso la pasividad, el querer ser aceptado, les lleva a ese destino”.
Eso se aplica tanto en el Berlín de los años 30 como en las dictaduras militares del Cono Sur, como en Rusia. Cuando empezó el genocidio en Ucrania, escribí que Putin estaba convirtiendo en asesinos y violadores a una generación de muchachos rusos que al deshumanizar al enemigo, pierden la propia humanidad, convirtiéndose en pequeños monstruos.
En 1971 se realizó el famosísimo Experimento de Stanford con jóvenes universitarios normales que fueron puestos como guardias de otros universitarios y les brotó un sadismo irreconocible, quedando en evidencia la ambigüedad moral de los seres humanos, que actúan según el lugar que ocupan. Dale un poco de poder a un hombre (o a una Mayra) y descubrirás quién es realmente.