De la Vida Real
Un error que apagó cinco vidas
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Mi artículo iba sobre el paseo con mis hijos a conocer el metro de Quito… Pero borré lo escrito y me solté en llanto. La noticia decía: “Una masacre en el interior de una vivienda en el Guasmo Sur, en Guayaquil, dejó cuatro pequeños asesinados y a sus progenitores heridos. La madre de los niños está en la unidad de terapia intensiva de un hospital de la ciudad”.
Solté un llanto de indignación al enterarme de que, en la madrugada del lunes 11 de este mes, cuatro niños fueron brutalmente asesinados. "Se trata de una familia cristiana, cuyos adultos carecen de antecedentes penales. Los niños asesinados tenían apenas cinco meses, tres años, cinco años y siete años", decía la noticia. Continué leyendo: “Se presume que el ataque armado iba dirigido a personas de otra familia y el asesinato de los niños fue un 'error' de los sicarios”.
Los sicarios se equivocaron de familia. Esa es la razón para que nos quedemos tranquilos. ¿Nos hemos vuelto tan indiferentes ante un error moral? ¿Qué importa si fue un error? Son cuatro vidas de niños las que se apagaron con disparos. Y horas más tarde también murió la madre, que tenía 24 años de edad.
Cinco vidas que acabaron en una noche de pánico, cinco vidas que estaban tranquilas en su casa. La mamá se lanzó sobre sus hijos para protegerlos. ¿Qué más puede hacer una madre que poner su cuerpo ante cualquier amenaza latente hacia sus hijos? ¿Cómo hubiera podido vivir con tanto dolor? ¿Cómo alguien resistiría no tener a sus hijos y tratar de buscar consuelo con el argumento de que todo fue un error?
Estamos a vísperas de Navidad, una fecha destinada para la alegría de los niños. Ahora, ¿a quién le importa festejar Navidad en un país donde el caos habitual se ha convertido en caos criminal? Un país donde los sicarios apagan las vidas como si apagaran cualquier vela y las autoridades justifican sus actos como errores cotidianos.
Y el gobierno, un gobierno nuevo y joven que ganó con estatuas de cartón, no tiene respuestas. Manda un comunicado, como lo hacen todos los gobiernos, impartiendo sus condolencias y ofreciendo que el crimen no quedará impune. Envía un premio de consuelo y anuncia que uno de los presuntos asesinos está preso. Luego vuelve al silencio, un silencio que asusta.
Mientras tanto, la sociedad se acostumbra cada vez más a vivir entre disparos, muertes y secuestros. Nos estamos haciendo indolentes ante la violencia. Estamos normalizando vivir en medio de balas, persecuciones, tiroteos. Repitiendo un discurso caduco: “Nos parecemos a Colombia de los 90”, como si eso fuera un consuelo, como si parecerse a los vecinos en su peor época fuera la resignación con que nos toca vivir.
Cinco vidas se apagaron en el Guasmo Sur en Guayaquil. Días antes, un empresario que fue a vender su carro fue brutalmente acribillado, y así sucesivamente más casos donde las vidas se truncan en manos de sujetos que poseen una pistola. Aprietan el gatillo y luego cobran su paga.
Estamos sumergidos en un país desamparado de justicia, gobernabilidad y estrategia policial y militar. Dentro o fuera de casa no nos queda más que esperar a que no aparezca ningún sicario a quitarnos la vida.
Y creo firmemente, presidente Noboa, que en vez de pensar en impartir clases de finanzas en los colegios, se debe pensar en dar clases de ética, cívica y filosofía, que tanta falta hace a una sociedad tan corrompida como la nuestra, ahora más que nunca, que estamos normalizando la violencia como parte de la vida diaria.
Y continúo leyendo la noticia: “En el interior de la casa se encontraban los padres y cuatro niños. Las balas ingresaron por la ventana y los seis quedaron heridos de gravedad. En medio de la conmoción por lo ocurrido, los adultos y los niños fueron trasladados a un hospital, donde los médicos confirmaron el fallecimiento de los cuatro menores. El padre se encuentra estable y llegó hasta la morgue para reconocer los cuerpos de sus hijos” y da su testimonio: “Los niños mayores estaban acostados, estaban viendo televisión juntos y nosotros estábamos con el pequeño en la sala”.
El hombre añadió que apenas empezaron los disparos, corrieron al cuarto. Su esposa se lanzó para intentar cubrir a los niños de las balas, sin embargo, todo fue tan rápido que ellos ya habían sido impactados. "Tenía como cinco o siete disparos. Ella y los niños recibieron todos los disparos. Ella solo me alcanzó a decir: 'Cuídame a los bebés, cuídame a mis hijos'. Y ahora no la podré volver a ver nunca más, ni a ella ni a mis hijos".