Al aire libre
Marcela, Cari y Fidel: vender hambre para enamorarse
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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Los espectadores nos sentamos, guardamos silencio y todo se oscureció.
De pronto, los niños -y algunos grandes- dieron un respingo.
De la nada apareció un amasijo de telas que se iba moviendo y, de repente, se hacía nudo y formaba sombras. Se prendía la luz y la 'masota' de colores sacaba una mano y agarraba una zanahoria que estaba por ahí colgada.
Le daba un mordisco.
Y así comenzó el viaje.
Ese bocado me transportó a las veces en que salía de mi trabajo, muerta de hambre, y me sentaba en una banca del Parque de la Carolina para comer mi cucayo. Si comía poco, no me dormía en la tarde.
Masticaba los chochos, la manzana, las nueces, bocado tras bocado, ¡con un hambre!
Pensaba en lo terrible que podría ser no tener nada de comer.
-Vendo hambre, vendo hambre- decía Arlequín, protagonista de la obra de teatro, con su gorro en punta y ropas color tierra.
"Tengo obsesión por la comida", me dijo más tarde Marcela Restrepo, creadora de la obra-, "por las semillas, por comer bien, por oír al cuerpo que te pide claramente lo que lo nutre".
Le pregunto: ¿por qué vender hambre? ¿Hay demasiada glotonería, llenura, procesados, contaminantes, inconsciencia?
"El arlequín, como un sombrerero loco, vende hambre -dice Marcela-, porque la comida y el hambre ya no son lo que eran antes. Comer se ha vuelto una comodidad y no una necesidad. Ya no valoramos el alimento, nos acabamos embutiendo cualquier 'artefacto masticable', aunque no nos nutra".
En la obra hay partes divertidas, como cuando el músico Fidel Minda nos hace bailar en el puesto, con sonidos musicales que vienen de su propio cuerpo.
Marcela dice: "es una ensalada de espontaneidad. Una experiencia única en cada función. La improvisación, el juego, dan una liviandad para no meternos en algo profundo que intimida, como es el tema de la comida".
El otro personaje de la obra es Agustina, con una capacidad increíble para contorsionarse. Dice, textual:
-Me despierto, me entrego a cualquier gasolina que encuentre en la nevera para sostenerme el día y salgo a la calle a emprender mis supuestas labores importantes. Podría quizás para mi tranquilidad definirme... herbívora, carnívora, flexiteriana, vegetariana, vegana, pollotaria, paletaria... pero aquel olor a tierra aún me invade.
Marcela explica cómo nació 'El Bocado': "parte de mi vida es sentarme a agradecer mi comida, quien la cultivó, quien la trasplantó, quien la abonó, tener presente de dónde viene, en qué viene. Esas pequeñas consciencias nos ayudan a digerir y a masticar mejor".
Y añade: "Comer es como enamorarse, si escoges bien de quien te enamoras, puedes nutrir tu alma o romperte el corazón; igual la comida, puede nutrirte o envenenarte".
Según ella, en Ecuador la gente quiere tener un nexo con su productor.
En lugar de que existan cinco, diez intermediarios, quiere un vínculo directo con las personas que crían su alimento. Mercaditos orgánicos, huertas comunitarias, intercambiar semillas. Son pequeños pasos.
Dice convencida:
-No todos necesitamos meter la mano en la tierra, necesitamos esa diversidad, apoyarnos unos a otros. Pero el agricultor siempre es menospreciado, regateamos la lechuga, pero pagamos USD 40 por una camiseta. Algo pasajero contra algo vital.
Y viene el momento de cuestionarse. Arlequín le pregunta a Agustina:
-Sin estancarnos demasiado en el café pensamos en la manzana, la leche, el queso, la vaquera, la vaca, ¿lejana o cercana, encerrada o mimada? Como seres 'inteligentes', domesticamos a los animales, y de muchas maneras trabajamos en conjunto... y ahora, en tantos casos, decidimos alejarnos de esta yunta recíproca y torturarlos y explotarlos.
Me hago y les hago la pregunta: ¿Qué comieron hoy?
Marcela Restrepo, Cari Eguiguren y Fidel Minda presentaron su obra de teatro 'El buen bocado'.