La imagen del país: de tumbo en tumbo
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Como esta semana empezó sin ningún escándalo fresco, novedoso, digno de un capítulo más de la serie de Neflix en la que vivimos, decidí escribir sobre la marca país que el presidente había aprobado por decreto días antes y que sería bueno verla para seguir leyendo. (Aclaremos que el encargo y la selección fueron obra del gobierno anterior y hubo muchas críticas al diseño escogido, por malo y poco legible; bien pudo Noboa haber descartado ese producto confuso e ineficaz).
En eso andaba el martes –buscando definiciones y revisando la anterior marca país que produjeron los hermanos Alvarado, igualmente deplorable pero al costo estratosférico, según la prensa, de 16 millones de dólares– cuando estalló el artículo de ‘The New Yorker’, una equivocacion tan gratuita del presidente que dan ganas de sentarse a llorar.
Cuando la toma de la embajada mexicana –fatal para la imagen internacional del Ecuador– a la que se añadió el proyecto antiecológico de Olón, muchos clamaban por alguien que aconsejara a Daniel Noboa. Como allí estaba todavía Roberto Izurieta, un profesional sensato, cabe suponer que no le hacía caso y por eso renunció.
En cualquier caso ya era tarde pues precisamente en esos días le acompañaba de arriba abajo Jon Lee Anderson. Y uno se pregunta en qué estaban pensando cuando invitaron ese cronista de talla mundial, que no le va a hacer propaganda a ningún líder, menos aun si es de derecha.
Ahí están los resultados de tamaño despropósito: un artículo muy bien escrito, largo y enjundioso, que difunde ‘urbi et orbi’ muchas cosas que dejan mal parada la imagen de Noboa. Y del país, habida cuenta de que el presidente es el mascarón de proa, el que nos representa a todos, aunque solo un ecuatoriano en un millón veranee en los Hamptons y esquíe cada invierno en Colorado.
Volviendo a la nueva marca que promociona al país, si al momento de escoger le hubieran preguntado a cualquier hijo de vecino, de inmediato habría dicho que ese logo no se entiende. Sí, una marca país es más que un logo, pero si este no funciona de entrada todo lo demás es descartable, toda esa palabrería de “expandir nuestra luz al mundo” desde un país hundido en los apagones.
No obstante, esta marca tuvo un mérito: solo costó 700.000 dólares. Digo ‘solo’ comparado con la barbaridad que se embolsaron los publicistas del correísmo, que a continuación lanzaron la campaña ‘All you need is Ecuador’ al costo de 44 millones de dólares.
De yapa, Correa quiso fundirse con la marca país y aparecía en una moto recorriendo lugares turísticos. En otras palabras nos estaban diciendo: ‘All you need is Correa’. Pero cuando extrajeron a Glas de la embajada, se dedicó a denigrar al Ecuador en foros internacionales, llegando a insinuar un bloqueo al golfo de Guayaquil para doblegar a un país que había caído en la barbarie, decía. Fue tal la indignación que provocó que por ahí le plantearon un juicio por traición a la patria.
Pobre imagen de la patria con estos presidentes. Resta ver si la nueva marca país dura sin modificaciones más que los coletazos del artículo del ‘New Yorker’ que, de paso, dice que el gobierno de Correa era ampliamente visto como corrupto.
Muchas de esas cosas ya las sabíamos, pero me llamó la atención positivamente que Noboa viajara con ese estupendo libro que es el ‘Fouché’ de Stephan Sweig, cuyo subtítulo reza: ‘Retrato de un político’.
Era Joseph Fouché tan astuto, inescrupuloso y con una visión política tan genial que asustaba al mismísimo Napoleón. Según Sweig, fue el único que lo venció psicológicamente. Y jamás se hubiera prestado a que alguien lo desnudara como a nuestro presidente, que trata a Anderson como si fuera un confidente o un pana al que quiere impresionar. Ojalá aprenda.