Efecto Mariposa
Manejar la ira de los padres hacia los hijos para evitar tragedias
Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.
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Ecuador se sacudió porque dos bebés, una de siete meses en Ibarra y otra de tres en Guaranda, fueron asesinadas por sus padres.
No es la primera vez que, en el país, menores son asesinados por sus progenitores. Sin embargo, el que estos dos hechos abominables hayan sucedido en la misma semana me provocó dos reacciones.
Primero, sentí miedo, dolor e indignación, por la forma en la que la violencia está permeando rápidamente todos los espacios de la sociedad.
Después, recordé a Marta Nussbaum, una renombrada filósofa contemporánea que, en su obra 'La ira y el perdón', aborda de manera magistral la peligrosidad de la ira y cómo esta puede presentarse en todos los ámbitos de la vida: familiar, laboral, social y política.
Debo indicar a los lectores que el libro mencionado fue publicado en 2016, pero, ante la gran cantidad de actos violentos e injustos que sufre nuestro país, creí necesario recordarlo.
A pesar de que hablar de la ira en ciertos ámbitos, como el familiar, puede sonar impropio, es importante reconocer que esta emoción puede ser experimentada por los miembros de una familia. Las parejas pueden sentir ira, así como los hijos pueden experimentarla hacia los padres y los padres hacia los hijos. Y, es en esta última que me centraré en esta columna.
Aunque parezca crudo, por la romantización excesiva de la maternidad y la paternidad, los padres y las madres pueden sentir ira hacia sus hijos, aunque estos sean amados y deseados, sobre todo cuando se muestran malagradecidos.
Según Nussbaum, los padres pueden sentir ira hacia sus hijos, debido a que estos pueden obstaculizar su desarrollo profesional o su vida social. Asimismo, menciona la autora que, la maternidad y la paternidad pueden ser muy desgastantes a nivel físico, emocional y económico.
También escuché estos argumentos en una entrevista reciente en la que participaron solo mujeres. Todas aceptaron que, en algún momento de su maternidad, sintieron ira hacia sus hijos e incluso se arrepintieron de haberlos tenido, pero, fue un sentimiento pasajero, aclararon.
Este arrepentimiento fue más intenso y duradero cuando sus parejas se fueron y tuvieron que asumir solas la responsabilidad de la crianza de los hijos.
¿Es malo sentir ira? Sí, pues según la autora, es muy peligrosa y puede tener consecuencias fatales, sangrientas, puede destruir vidas. Parece exageración, sin embargo, no lo es. En el caso de la ira de padres hacia hijos, puede desembocar en maltrato físico o en los casos que mencioné al inicio de la columna, padres asesinando a sus hijos.
Evidentemente, los casos de Ibarra y de Guaranda no solo eran en contra de las bebés, sino también de sus madres.
Para entender el gran alcance de la ira, es importante partir de su concepto, que incluye la idea de un daño de magnitud cometido contra alguien o algo, así como el deseo de venganza. Es decir, la ira no es solo un gran enfado frente a algo que consideramos injusto, sino que incluye el deseo de que el perpetrador del acto que nos causó daño sufra un castigo.
Este castigo que puede ser aplicado por la víctima o se podría esperar que la vida, la ley o alguna divinidad se encarguen del que nos perjudicó.
Ya que mencioné a la venganza, es necesario detenernos a analizar sus alcances. La venganza puede ser peligrosa porque podemos cometer errores en la identificación del perpetrador o del acto injusto; hay algunos casos de personas que fueron asesinadas por error.
Además, la venganza está relacionada con la necesidad de compensar o disminuir el dolor de la víctima por el acto injusto, "quedar a mano"; pero, en realidad, la venganza no restituye a la víctima de su pérdida y puede empeorar la situación.
Por ejemplo, el otro día, en un sermón inverosímil, un sacerdote decía con orgullo y ponía como modelo de castigo el hecho de que un padre prendió fuego a todas las pertenencias de su hija porque esta se escapó con el novio. No sé el final de la historia, pero se me hace difícil imaginar que la hija regrese con sus padres.
También viene a mi mente el caso de una niña estadounidense que murió intoxicada después de ingerir una botella de whisky, como castigo impuesto por su madre y abuela, después de que probara un sorbo de licor.
En el caso de Ibarra, el asesinato de la bebé puso al padre en la prisión. ¿Tiene sentido perder la libertad y acabarse la vida por no asumir una responsabilidad, como una pensión de alimentos?
Al ser la venganza compañera inseparable de la ira, la peligrosidad de esta última ya puede estar más clara. Entonces, ¿no debemos sentir ira?
La respuesta no va por ahí, sino por el lado de qué hacer con esa ira, y hay algunas opciones.
Por ejemplo, podemos esconderla para ser y parecer buenos, mientras nos carcome y nos enferma. También podemos estallar y actuar como auténticos seres irracionales que cometen locuras impensables falsamente justificadas por la ira.
O podemos usarla para protegernos, previniendo que nos sucedan daños mayores y buscando el bienestar futuro.
Este último punto parece difícil, sin embargo, Nussbaum se refiere a la ira en transición, que permite transformar la sed de venganza en acciones futuras para mejorar el bienestar individual o grupal.
Y eso es lo que puede marcar la diferencia en todas las relaciones, incluidas las de padres e hijos, buscar una solución a un conflicto, en lugar de callar o planear castigos y venganzas.
La ira en transición involucra preguntarnos qué hacer para que el acto que nos produce indignación no vuelva a suceder, pero sin dejar espacio para la venganza, es decir, buscando una respuesta racional.
Lo que hacemos con la ira es de responsabilidad individual. No depende de la magnitud del daño de lo que el otro nos hizo, está en nuestras manos enfocar adecuadamente esa ira y no empeorar una situación.
En parte, el manejo de la ira de los padres y madres, y de los adultos, está relacionado con la autoridad que deben tener los progenitores y que puede confundirse con comportamientos iracundos.
También puede estar relacionado con la forma en la que nos criaron. Desde niños nos enseñaron que debemos portarnos bien.
Parte de ese buen comportamiento es limitarnos a sentir solo emociones positivas, como: amor, alegría, satisfacción. No obstante, más temprano que tarde, descubrimos que podemos sentir miedo, indignación, rencor o ira.
Esa realidad puede llevarnos a todos a una encrucijada al escoger el modo de sobrevivencia en este mundo lleno de contradicciones.
Por un lado, existe la creencia de que las personas moralmente superiores solo se dejan invadir por emociones positivas, pero, en todos los ámbitos de la vida, podemos presenciar eventos injustos que encenderán nuestra ira y amenazarán nuestro sentido de autoridad que, si llegan intempestivamente y no sabemos cómo reaccionar, podemos cometer actos absolutamente irracionales, inclusive contra aquellos que amamos.