Leyenda Urbana
El magnicidio de Fernando Villavicencio sacude las urnas en Ecuador
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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En estado de estupefacción ante el demencial crimen, por mi mente revolotea esa frase atemorizante y filuda: La historia se escribe con sangre. Y solo atino a admitir que hay personajes cuyos nombres están predestinados a perdurar en el tiempo, porque con sus acciones habrán marcado el destino de un pueblo.
"Te vamos a quebrar si no te callas" fue el repetido mensaje que le llegó a Fernando Villavicencio durante las últimas semanas, mientras recorría el país en su campaña por la presidencia de la República.
Pero él, que solía agrandarse ante las amenazas, no solamente que no se calló, sino que subió el tono de su voz, como para que sus denuncias tuviesen eco perdurable.
Y lo mataron.
Su asesinato ha sido un sacudón tectónico que ha dejado al descubierto la fragilidad de las vigas maestras del Estado ecuatoriano, susceptibles de ser manipuladas por siniestros intereses, aunque se ponga en riesgo de agonía la ya débil democracia.
Movió también el eje de la extraña campaña electoral, y paralizó a estrategas y candidatos, que no atinaron a reaccionar, conscientes de que cualquier cosa que hiciesen o dijesen los candidatos estaría bajo el escrutinio del consternado pueblo, que se acostumbró a que Villavicencio le quitara la venda de los ojos para que mirasen el verdadero rostro de sus verdugos impostados de salvadores.
Nadie quedaba impasible frente a la contundencia de sus revelaciones, porque el tiempo demostraba que lo denunciado era verdad. Y porque las persecuciones que le llevaron varias veces al exilio eran vivos testimonios.
Con la prolijidad de un cirujano, Fernando Villavicencio desarmó complejos entramados que los saqueadores del país configuraron, hasta descubrir nombres, fechas, montos, fotos, videos y documentos sobre los mayores atracos al país, en las empresas y negocios más rentables del Estado, de los que los villanos se lucraron por décadas.
Destapó la corrupción en los sectores petrolero, energético, minero y en los seguros y demostró sus nexos con la política corrupta.
Lo hizo cuando ejercía el periodismo, dando sentido a lo que el gran Ryszard Kapuscinski decía que implicaba esa profesión: “ser periodista no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse”.
Como asambleísta descubrió el verdadero rostro del poder político ejercido por quienes se han chantado una máscara permanente para ocultar sus verdaderas nefastas intenciones.
Y como candidato a la Presidencia habló de mafias; varias mafias. Y anunció sus planes para combatirlas.
Se comprometió a reforzar a la Uafe, a militarizar los puertos, vigilar el mar con la asistencia de países amigos, crear una policía antimafia, e instalar una “cárcel impenetrable”, en unas instalaciones que readecuaría en la Amazonía, a la que solo se pudiera acceder en avioneta.
Lo mataron para que no cumpliera sus promesas, demostrando que los capos estarían ejerciendo un poder paralelo.
Para el periodismo, el crimen de Fernando Villavicencio debe convertirse en una poderosa razón adicional que inspire el ejercicio de esa profesión y su verdadero sentido de sacar a la luz lo que el poder quiere ocultar.
Para los políticos debiese ser un punto de inflexión por la gravedad que implica este momento de la historia, pero no hay razones para pensar que lo hayan asimilado.
La imagen del pódium vacío el domingo en el debate apretujó los corazones porque todos imaginaron lo que habría significado la presencia de Fernando Villavicencio exhibiendo las evidencias y desmontando las cínicas frases prefabricadas sobre un pasado mejor inexistente, dichas sin el riesgo de ser desmentidas.
Su solo presencia habría evitado las falacias de las grandes obras porque él tenía en su cabeza la cifra del sobreprecio y los nombres de quienes se repartieron; así como el de quienes hoy buscan acceder a los puestos más elevados, sin hacer ruido, sabiendo que no habrá un Villavicencio que publique los papeles que los compromete.
Que ninguno de los siete candidatos haya tenido una expresión sentida y de compromiso sobre el asesinato de uno de los suyos, aunque ese hecho atroz evidencia que el país que buscan gobernar ha entrado en una deriva tenebrosa que podría terminar en constituir un Estado fallido, es desconcertante.
Incompatible con el rictus de dolor que parece haberse dibujado en el rostro del país atormentado, al contemplar que los más terribles pronósticos sobre la funesta relación de la política con el narco se habrían hecho realidad.
Es en este remolino de emociones y con la ira contenida, este domingo 20, los ecuatorianos irán a las urnas para decidir su futuro, en unas elecciones en las que el magnicidio de un candidato presidencial podría determinar su curso.
Unos comicios que pasarán a la historia marcados por la sangre derramada.
¿Cómo reaccionarán cuando miren a Fernando Villavicencio en la papeleta?