Leyenda Urbana
Maduro inhabilita a María Corina y deja mal parada a la Casa Blanca que creyó en su palabra
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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Nicolás Maduro es el epítome del tirano audaz; un dictador que sojuzga a su pueblo al que ha empujado a huir de su país protagonizando la mayor crisis humanitaria de la regional; eso sí, su habilidad para el embuste se ha vuelto proverbial, al punto de haber logrado embaucar al reino de Noruega que hizo un trabajo de filigrana diplomática para auspiciar los diálogos con la oposición y a la mismísima Casa Blanca que creyó en su palabra.
Idólatra del Socialismo del Siglo XXI, perpetuarse en el poder es su consigna, por lo que siempre se sospechó que no permitirá que la oposición participara con un candidato de unidad en las elecciones previstas para el segundo semestre de este año, y arriesgarse a una soberana derrota en las urnas.
Aceptó los diálogos en Barbados con la Plataforma Unitaria que reúne a la oposición en Venezuela -que buscaba unas elecciones libres y transparentes- porque quería el cese de las sanciones financieras impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, y tener de vuelta a Alex Saab, señalado como su testaferro, preso en La Florida, acusado de lavado de activos. Y lo consiguió.
Que la administración Biden flexibilizara las sanciones al petróleo de Venezuela, al gas y al oro por seis meses a cambio de que se permitiera impugnar las inhabilitaciones políticas para las elecciones, debe ser considerado un acto de ética pública, porque cumplió su palabra. Pero no calibrar esas mismas condiciones en el contradictor, es un error estratégico imperdonable.
La liberación de Alex Saab a quien la Fiscalía acusaba de “desviar USD 350 millones por medio del sistema financiero de Estados Unidos para pagar sobornos y cometer otros delitos”, a cambio de recibir a una treintena de presos en Venezuela, entre esos 10 estadounidenses, ha resultado una equivocación monumental.
Por eso, la entrega de Saab produjo un remezón político que hizo temblar a la región, y provocó furibundas declaraciones no solo de senadores republicanos, sino también de algunos demócratas, lo que obligó al portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, a decir que “a veces hay que tomar decisiones difíciles” para facilitar la excarcelación de estadounidenses en el extranjero.
Hoy, los acuerdos de Barbados han sido irrespetados, la oposición arrinconada y la Casa Blanca, burlada.
En su peor momento político desde cuando asumió el poder, hace 11 años, Maduro no quiere competir con la líder de la oposición, María Corina Machado, quien en octubre pasado ganó las primarias de la oposición con el 92%, y hoy cuenta con el respaldo mayoritario del pueblo, por lo que todas las encuestas señalan que lo vencería en una sola vuelta.
El heredero de Chávez ha usado al Tribunal Supremo de Justicia, su brazo jurídico, para inhabilitar a su rival, por 15 años. Ni siquiera podrá inscribirse para ser candidata.
También ha inhabilitado a otros 1.400 ciudadanos y ha neutralizado a Enrique Capriles como lo hizo en su momento con Leopoldo López.
Lleno de miedo y paranoia, Nicolás Maduro ha activado la llamada “furia bolivariana”, para enfrentar cualquier conspiración cierta o inventada que pudiera sacarlo del poder.
El SEBIN, la temida policía política de la dictadura, ha arrestado a los dirigentes del partido Vente de María Corina, acusándolos de supuesta conspiración contra Maduro y los han confinado sin acceso a abogados, ni contacto con sus familiares y sin que la prensa pudiese acceder a los expedientes.
La purga militar ha sido también reactivada: un general de división, dos coroneles, seis tenientes coroneles y varios capitanes fueron recién sometidos a la degradación y expulsión en un acto público, acusados de un supuesto complot para derrocar a Maduro.
También se persigue a 32 activistas civiles, incluyendo defensoras de derechos humanos y periodistas. El miedo que nunca se ha ido de Venezuela hoy se siente más fuerte; el ambiente está cargado.
La hoja de ruta electoral acordada en Barbados ha sido hecha añicos por Nicolás Maduro y su camarilla que medran del país otrora rico y admirado.
A María Corina Machado la persiguen desde 2012, cuando se enfrentó a Hugo Chávez, y, como eso les resultaba inadmisible, la destituyeron de la Asamblea Nacional acusándola de “traición a la patria” por haber aceptado unirse a una delegación panameña a fin de poder hablar ante la Asamblea General de la OEA, en Washington.
Y luego la inhabilitaron por “haber sido partícipe de una supuesta trama de corrupción orquestada por el exjefe del Parlamento Juan Guaidó”, pero resulta que ella era contraria a Guaidó, porque en esa ápoca la oposición estaba fragmentada.
Lo que ocurre en Venezuela asombra a la región y al mundo, causando a la par coraje y rechazo.
Los presidentes de Ecuador, Daniel Noboa; de Argentina, Javier Milei, y de Uruguay, Luis Lacalle Pou, condenaron la inhabilitación de Machado; y 29 ex jefes de Estado de Iberoamérica, miembros de la Iniciativa Democrática de España y las Américas (IDEA), apoyan a la líder de la oposición que consideran “sigue siendo” la candidata en Venezuela.
La OEA (de la que Venezuela se salió en 2019) ha dicho que inhabilitar a Machado liquida toda posibilidad de elecciones libres y justas. Y la Unión Europea que esa decisión socava la democracia.
En contraparte, el silencio de los presidentes de México, Andrés Manuel López Obrador, y de Colombia, Gustavo Petro, ha sido conmovedor, al demostrar que los principios democráticos pueden ser elásticos.
Venezuela sigue en manos del tirano que lo empobreció. Un descarado que engañó a la comunidad internacional en Barbados, asegurando condiciones para ir a elecciones este año, hasta lograr que Estados Unidos, que antes había excarcelado a sus sobrinos sentenciados por narcotráfico, flexibilizara las sanciones y hasta le enviara de vuelta a Alex Saab.
Un grave error que, de alguna manera, la Casa Blanca deberá enmendar.