Lo invisible de las ciudades
Pabel Muñoz es un alcalde más allá de la ley
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Me llegan noticias nefastas relacionadas con el río Machángara. Una vez lograda la sentencia favorable al rescate y descontaminación del mencionado río, el equipo legal del Municipio Metropolitano de Quito ha presentado una apelación ante la sentencia judicial, que le obliga a descontaminar al río de la ciudad.
No me preocupan las posibles consecuencias legales que pueda tener dicha apelación. La sentencia previa que la Corte Constitucional emitió sobre el caso del río Monjas es un precedente difícil de ignorar. El hecho que el mismo municipio haya acatado dicha sentencia, elaborando el solicitado código “verde azul”, también le quita fuerza a la actual apelación.
Lo que me parece nefasto es el mensaje detrás de la apelación presentada. Con dicha acción judicial, el alcalde Pabel Muñoz confiesa, de manera descarada, que no está interesado en el bien común de los quiteños.
Su servicio a la ciudad pasa por el filtro de su capricho. Él decide cuáles son los aspectos que debe atender, y cuáles no. De igual manera, el alcalde ignora el clamor detrás de la sentencia favorable al Machángara; y se siente libre de acatar solo las sentencias judiciales que le convienen.
Pretender que la descontaminación del Machángara es un tema de segundo orden y que puede ser postergado es un desatino superlativo, que solo se puede entender, si detrás de ello hay una agenda política sustentada en intereses personales o de partido.
Hace poco vimos algo similar, cuando el Ministerio de Cultura emitió una resolución, que prohibía cualquier tipo de intervención en los terrenos del Hotel Quito. A pesar de ello, el alcalde Muñoz y sus acólitos insistieron en varias declaraciones, que dicha protección patrimonial del Hotel Quito no incluía ni los jardines, ni los estacionamientos.
El Alcalde ha optado por usar al municipio quiteño de manera descarada como una plataforma política. Siguiendo los modelos de su líder político, se siente más allá de la ley, y solo le interesa emprender lo que le traiga a él un beneficio proselitista a futuro.
Recién posesionado, se desvivió recordándole a todos que el Metro de Quito fue una obra iniciada por la revolución ciudadana e inaugurada por la revolución ciudadana.
Desde su perspectiva, emprender un proyecto de descontaminación implica un riesgo político elevado, pues seguramente, quien verá los resultados de su esfuerzo será un sucesor suyo.
Algo similar a lo que ocurrió con el Metro. Quien realizó gran parte de la obra durante su administración fue el alcalde Rodas; pero quien se llevó los beneficios de inaugurarlo fue el actual alcalde Muñoz.
No veo nada de malo que un político use una Alcaldía como plataforma para aspirar a un cargo de mayor rango en el futuro. Para bien o para mal, un cargo como ese muestra de lo que puede ser capaz el personaje bajo la lupa; tanto de lo bueno, como de lo malo.
¿Se imaginan ustedes si un Presidente dijera “este problema nacional mejor no lo atiendo porque puede perjudicar mi imagen”? ¿Votarían por un personaje público con semejante actitud? Pues dicha analogía le calza perfectamente al alcalde Muñoz, quien escoge cuáles son las leyes que acata y cuáles no.
En definitiva, vale la pena un recordatorio al señor alcalde de Quito: usted gobierna la ciudad para todos los quiteños; no solo para aquellos que votaron por usted. Eso implica un grupo grande de personas e instituciones que han expresado la necesidad de vivir en un Quito con un río limpio y más amigable con el entorno.
El servicio a los demás implica humildad; algo muy ajeno a la soberbia de quienes optan por no escuchar ni a las inquietudes ciudadanas, ni a las sentencias judiciales.