Punto de fuga
En el pellejo de Macbeth y su señora…
Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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La actualización diaria de la tragedia nacional, que a veces llega a cuentagotas y a veces a baldazos —dependiendo de quién haya declarado ese día en la Corte Nacional de Justicia o en Miami—, me ha puesto una idea fija en la cabeza: qué tal si se incorpora La tragedia de Macbeth en las mallas curriculares de todas las instituciones educativas ecuatorianas. Para que nunca se le olvide a nadie las consecuencias monstruosas que tiene la ambición desmedida de poder.
Un resumen exprés de la idea central de esta obra teatral (tipo TikTok, con el perdón de Shakespeare y sus devotos): Macbeth, un prestigioso militar, azuzado por su esposa, Lady Macbeth, así como aferrado al reciente vaticinio engañoso de tres brujas, asesina al rey Duncan para apoderarse del trono escocés. Todo esto pasa rápido, sin mayor dificultad y casi al principio.
Una vez coronado rey, empieza la montaña rusa de paranoias, peleas, asesinatos, traiciones y un sinnúmero de calamidades que están inevitablemente atadas a los malos pasos a los que lleva la ambición sin límites. Esta colección de infortunios ocupa la mayor parte de una obra que no puede verse más que con los nervios de punta.
Mi idea no es solo que se lea y se estudie, profundizando en el análisis de este comportamiento patológico de la pareja en cuestión, sino que anualmente en cada aula de todos los niveles educativos —desde el básico hasta el de cuarto nivel— los estudiantes hagan una representación de la pieza. Algo así como psicomagia disuasiva.
Para que no resulte aburridora por la constante repetición y sea realmente didáctica, la propuesta es que dejando la estructura básica de Macbeth, cada clase haga una adaptación con sonados casos de corrupción nacional, ya sean recientes o clásicos. Así, los intérpretes encarnarían y verían de cerca, ojalá con asco, las ruindades que necesariamente tienen que ocurrir para acceder a un poder espurio, conseguido a punta de delinquir.
Y si no son ni esta idea ni esta obra, habrá que encontrar urgentemente otra solución que funcione como antídoto contra la gangrena que está carcomiendo al país entero, en todos sus estamentos. Casi no hay sitio donde uno regrese a ver y no haya un Macbeth y la respectiva Lady Macbeth en gestación.
Los wannabes, angurrientos por la plata, la influencia y el poder fáciles e instantáneos ya no son una anomalía —quizá nunca lo fueron— sino que antes disimulaban un poco. Ahora podemos referirnos a ellos con nombres y apellidos, porque son nuestros vecinos, jefes, primos, sobrinos, colegas, profesores, etc. Esa gente que trampea primero en escala minúscula, hasta que da el zarpazo y ya no hay vuelta atrás.
Si se tatuaran en la memoria La tragedia de Macbeth, el instante antes de dar el zarpazo sabrían que de hacerlo estarán entrando en una bola de nieve que no parará hasta que los llamen a atestiguar y caigan presos. O si tienen la suerte de que la justicia sea tan corrupta como ellos y se haga de la vista gorda, igual pueden terminar muertos en alguna cuneta (calcinados o descuartizados).
Pero si todavía fueran más suertudos y pasaran desapercibidos porque tienen los contactos precisos, y han robado lo suficiente como para comprar a todo el mundo, tendrían la certeza de que jamás podrán volver a dormir con los dos ojos cerrados; y de que vivirán por siempre temerosos del delator o de la bala que apunta a su cabeza o a la de los suyos. Porque lo que me olvidé de contar en mi resumen exprés es que al final Macbeth y su Lady terminan muertos: ella, enloquecida, se suicida; y él es decapitado.
No es posible el final feliz. No hay escapatoria, aunque escapen, aunque se exilien. Lo viene advirtiendo Shakespeare desde inicios del siglo XVII. Lo pueden ver en TikTok o en los noticieros, cada noche puntualmente —si es que hay luz—, en su canal de confianza.