De la Vida Real
Un lunes sin MasterChef
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
Actualizada:
Hace tres meses, nuestra vida era distinta. Hoy será el primer lunes, luego de 12 semanas, sin ver MasterChef, el programa que nos cambió la vida a los cinco miembros de la familia. Por primera vez pudimos ver algo juntos y hablar del mismo tema y de las mismas personas.
Como el programa era tan tarde, a las 5:00 PM, poníamos religiosamente el reprise. Empezaba la adrenalina extrema. Cada uno fue escogiendo su cocinero favorito y, según el favorito era eliminado, el interés del programa iba bajando. Mi hijo mayor (9 años) era fan de Yoyo; mi hija, de la Sharon (melliza 5 años) y mi otro hijo (mellizo 5 años), de Malena. Yo estaba entre Beto y Loren, lo cual era causa de peleas y críticas.
Tres meses de estar en el banquillo de los acusados:
- Pacaí, por favor, come bien.
- Má, mira, es que así come el chef Jorge Rausch.
- Mi vida, pero, por Dios, no estamos en un concurso de eliminación. No hagas sonar el tenedor con los dientes.
- Má, yo creo que a tu comida le sobró sal, pero te quedó deliciosa.
- Pacaí, no me mires así. Me asustas.
Tres meses de caos total:
- Rodrigo, ¿qué hiciste con la harina, los huevos, el plátano y el pan?
Rey, te he dicho que no gastes la comida.
- Má, eque yo quielo ser cocinelo. Estoy plepalando un menú especial de la cota.
Tres meses de vanidad extrema:
- Amalia, no te puedes ir con esa camiseta tan grande. No y no, reina. No te vas con esa camisetota.
- Má, yo quiero ser como la Sharon, vestirme sexy y que se me vean siempre los hombros y los huesos del cuello. Así se viste ella. También quiero tener el pelo negro y largo como ella.
Antes y después:
Yo antes les servía la comida de la olla al plato, y no pasaba nada. Ahora ya no se dice servir la comida, sino emplatar, y ellos mismos quieren decorar su plato. Les pongo la comida en fuentes en la mesa, y ellos –con una sobredosis de salsa de tomate, mayonesa y mostaza– hacen sus emplatados estrellas. Tal cual como les enseñó el chef Quique.
Claro, están más que advertidos que deben comer todo. Por suerte, se sirven poco, porque aprendieron del Chef Quique que mientras menos comida hay en el plato, es más elegante la presentación. Yo respiro profundo.
Lo que sí debo admitir es que ahora piden siempre ensaladas, porque al plato hay que darle color. Ponen más de tres limones por una hoja de lechuga y se lo comen felices, y entre ellos prueban qué tal les quedó la preparación.
El otro día buscaba desesperada la batidora. “Niños, ¿han visto la batidora?”, pregunté.
- Sí, má. Ya no vale. Le botamos la basura.
- ¿Por qué?
- Eque, má, yo quelía hacel un patel y puse papas, y las papas estaban dulísimas y se quemó.
Otra vez respiro profundo. No sé si matarles, educarles o dejar que jueguen a ser MasterChef. Ahora pelean menos y pasan más tiempo juntos. Pero me están enloqueciendo.
- ¿Por qué llora la ñaña?
- Má, no está llorando. Estamos jugando a que ella es Kevin. ¿Has visto que él siempre llora por todo?
El otro día le digo a mi hijo Rodrigo que ya, que debe hablar bien, que debe hacer un esfuerzo por pronunciar mejor las palabras.
- Rodri, si no hablas bien, nos toca volver a la terapia de lenguaje.
- Má, yo hablo igual que la Malena, como de la cota. Es la moda hablal así. ¿Has visto cómo ella dice MastelChe?
Es inevitable no comerles a besos. Hoy ya no hay MasterChef. Por un lado, me tranquiliza, y por otro me da una pena infinita.
- Má, tú le amas a la Loren porque habla igualito que tú.
- No, no habla como yo.
- Sí, má. Hasta los abuelos y los tíos dicen eso.
MasterChef fue un programa que dio de qué hablar a las familias del Ecuador entero, creo. Por tres meses tuvimos algo en común, y los que no veían el programa también comentaban y criticaban.
MasterChef fue ese show televisivo que nos unió mucho más de lo que pensamos.