Una Habitación Propia
El silencio de los órganos
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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El cirujano francés René Leriche escribió "la salud en la vida es el silencio de los órganos", una definición que me gusta muchísimo porque, creo, resume exactamente lo que es una enfermedad: un alarido que te ensordece de dentro hacia fuera.
En el último mes y poco, mis órganos, uno tras otro, empezaron a aullar como lobos en luna llena. Arrancó en la cabeza, como siempre, y se fue derramando detrás de los ojos, la mandíbula, el oído, las muelas, el pecho, el estómago, las articulaciones y, para no seguir con la lista de males, todo eso que constituye mi yo.
La enfermedad te vuelve otra cosa, una cosa que solo vive para el dolor y la recuperación.
Fue un Covid, sí, a estas alturas, que se complicó con una infección y esos bichitos diminutos, ridículamente poderosos, dentro de mi organismo, empezaron a acabar con todo lo que daba por sentado: que yo mando sobre mi cuerpo y mi mente.
Boberías.
Eso no es cierto para nada. Cualquiera que haya estado enferma lo puede corroborar: cuando tu salud falla te conviertes en esclava de virus, bacterias, tumores e infecciones y lo que era una vida normal se transforma en un estado alterado en el que lo único importante es convalecer.
Soy una persona convaleciente, dios mío, qué estado tan terrible, tan incompatible con la vida que yo conocía.
Mientras escribo esto, en la mesa, a mi alrededor, hay un montón de cajas de pastillas, suero oral y de frascos de vitaminas. La decoración doméstica se transforma cuando hay una enfermedad y también la cotidianeidad.
Pastillas a las seis, a las dos, a las diez y, mientras tanto, ruido de órganos, dolor, cansancio y la desesperación de no poder acelerar la recuperación.
"Paciencia", te dicen, "paciencia". Y te dan ganas de llorar.
Del poscovid se ha escrito mucho y, sin embargo, aún no sabemos nada sobre lo que va a pasar a largo plazo con quienes hemos pasado el virus.
Como mi trabajo es observar, me observo: camino lento, me agito, me falta el aire después de hacer cualquier actividad por simple que sea, no veo bien, a veces me falla el olfato, me pita el oído, se me cae el pelo, me he avejentado, tengo taquicardia, por las noches me congestiono terriblemente, tengo olvidos y confusiones, la energía se me acaba como si alguien diera al botón 'off'.
Gritos, gritos, gritos y gritos.
Qué maravilla sería que mis órganos empezaran a hacer silencio, pero no sé cómo más ayudarlos a callarse.
¿Se les ocurre algo?