Contrapunto
Locura, suicidio y conductas de personajes extravagantes
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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Escritor, psiquiatra, catedrático, músico, historiador; con estudios y trabajos reconocidos a escala mundial, Gustavo Vega investigó a los más importantes personajes de la sociedad ecuatoriana, aunque también recurre a la historia universal para explicar desde el lado de la medicina por qué las personas desarrollan patologías relacionadas con el alcohol, la demencia y el suicidio.
'Locura, suicidio, conductas desviadas y personajes extravagantes' es el título del libro editado por la Universidad Internacional del Ecuador (UIDE), en el que el doctor Vega profundiza en los “locos intelectuales y locos de la vida cotidiana en el Ecuador”, desde el siglo XVII hasta el siglo XX. En la presentación del libro dice que es la mirada de un psiquiatra sobre la historia.
Antes de narrar otros episodios impactantes de este libro, un paréntesis para contar en verso una “locura de amor”, en palabras del poeta cubano José Martí sobre 'La niña de Guatemala', una historia real resumida en pocas líneas:
… Se entró tarde en el río/la sacó muerta el doctor:
dicen que murió de frío
yo sé que murió de amor.
Vega narra el drama de la niña de 17 años enamorada del poeta que ya estaba comprometido en matrimonio. La enfermedad del amor también afectó al cinco veces presidente José María Velasco Ibarra tras la muerte de su esposa Corina; dejó su exilio en Argentina para volver a Quito y morir de/por amor.
El ensayo sobre la locura y el suicidio es abundante en poesía y también entra en el campo de la historia contada de manera novelada, en algunos tramos de la obra. O como lo explica Simón Espinosa en el prólogo: es la tesis que defendió Vega en la universidad Pablo Olavide de Sevilla para un doctorado en Historia de América Latina.
La tesis, explica Espinosa, “pretende probar que la locura es una tendencia social y culturalmente construida”. De ahí la extensión de la tesis (desarrollada en cinco años) y su riqueza cultural. Espinosa resume que los ensayos sobre la Generación Decapitada aportan luz para no caer en un romanticismo bobo.
Advierte que no es un libro para una lectura dinámica, sino reposada, sapiencial, crítica, autobiográfica, doméstica, barrial. “Los ensayos dedicados a Pablo Palacio y a César Dávila Andrade, ambos al borde de la locura, serán útiles a los profesores de letras para que tengan un panorama de anormalidad que ilumine el análisis”; palabras de Espinosa.
Vega califica a Dávila Andrade como el mayor poeta ecuatoriano del siglo XX, que abusó del alcohol, pero en revancha el maldito licor lo exterminó. Pero su suicidio fue a la vez su liberación.
Algunas novedades poco conocidas sobre el autor de 'Un hombre muerto a puntapiés' inmediatamente despiertan el interés del lector.
Cuando apenas tenía tres años y mientras la empleada lavaba la ropa a orillas de un río de Loja, Pablo Arturo (el segundo nombre lo dejó de usar por sugerencia de Benjamín Carrión) Palacio fue atrapado por las aguas y arrastrado un kilómetro; azotado también por las rocas que seguramente dejaron traumas imborrables y 77 heridas en su cuerpo.
Locura y suicidio marcharon de la mano para amortajar la figura quijotesca de Palacio. Su accidente cráneo-encefálico tan temprano en su vida alimentó con el tiempo una locura irreversible destinada a crear cuentos insólitos, extraños, crueles. Al final –anota Vega- su pluma dejó de ser innovación exultante y pasó a ser una red caótica de hilos que resquebrajaron su mente en demencia.
Libro abundante en citas: “Me convertí en loco con largos intervalos de horrible cordura”: Edgar Alan Poe.
Los locos son parte de la historia y siempre matizan el poder y el gobierno, sostiene el autor. Sobre la Generación Decapitada, nombre atribuido por Raúl Andrade, Vega sostiene que fueron aquellos poetas modernistas de la primera mitad del siglo XX que terminaron trágicamente presos de las drogas, embriagados por la influencia parisina, en especial de los poetas malditos.
“Alcohol, morfina heroína y barbitúricos fueron los duendes de la fantasía literaria”. En Cuenca, además de Dávila, Manuel Honorato Vásquez; en Guayaquil Medardo Ángel Silva (su suicidio revistió de romanticismo y tragedia a las letras nacionales).
Admite el autor que desde la ciencia es difícil la tarea de incursionar en la vida de la santa Mariana de Jesús. Habla de las “extravagancias místicas” de la Azucena de Quito y su locura por Cristo.
Logró el milagro de que los terremotos de Quito fueran suspendidos desde la Providencia. Ofreció a Dios su vida en expiación de los pecados (murió a los 26 años), dormía solo tres horas y casi siempre estuvo en estado de ayuno.
Son muchos los personajes extravagantes que deambulan por las páginas del libro: la Torera, el Terrible Martínez, Dolores Veintimilla, el Águila Quiteña, Chepita Pontón, el Huevas Yépez, Arturo Borja, Ernesto Noboa Caamaño, Isabel de Godin; incluso algunos integrantes de la misión geodésica francesa, uno de ellos (Jean Seniergues) asesinado por celos en una plaza de toros de Cuenca.