De la Vida Real
Locura, dicen que el coronavirus ha llegado al Ecuador
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Me di cuenta de que las cosas se salieron de control cuando fui al supermercado a comprar arroz y no había dónde parquear. Entré con mi hijo Rodrigo, de cinco años. Estaba todo desordenado y el gentío era desbordante.
Agarré un arroz cualquiera. Me angustie mucho al ver a dos personas peleándose por un jabón líquido –no es chiste–. Se peleaban por un jabón. Hicimos una fila de casi 45 minutos. La gente estaba loca y se quería colar.
Le pregunté a una señora de atrás qué estaba pasando. Me dijo: "es por el coronavirus". ¿De verdad? Era real, no solo noticas de redes sociales.
Luego de estar tanto tiempo en la fila, me dolían los pies. La gente gritaba. Cuando por fin nos tocó el turno, el cajero me dijo que yo estaba en la fila preferencial y que no me podía cobrar. Le dije que estaba embarazada –de cuando en cuando es bueno tener este nivel de panza–, pero el bocón de mi hijo gritó:
-Mami, tú no estás embarazada, estás gorda. Nos dices todo el tiempo que no hay ningún hermanito ahí.
Bestia, qué vergüenza, qué ira, qué impotencia.
Cuales perros arrepentidos, la señora y yo nos cambiamos de fila. Me contó toda la vida y obra de la señora que trajo el virus al Ecuador. No podía creer, habían sacado fotos e invadido toda su privacidad. Me enseñó hasta memes.
¿Qué culpa tiene la señora contagiada? Pensé. Es una persona que contrajo el virus por casualidad del destino y puso a prueba a toda una sociedad.
La señora de la fila me comentó que no había podido conseguir alcohol. Le comenté que, si pasaba algo, yo estaba absolutamente desprotegida. Ni se me había ocurrido ir a la farmacia por alcohol ni a comprar mascarillas.
Mi hijo gritó:
-Mami, si tienes cajas de mascarillas. Cuando nos dio la H1N1 compraste mascarillas y muchas botellas de alcohol, como cuarenta mil.
Sí, me quería volver a morir. La pobre señora y su hija tuvieron que aguantar toda la historia de la enfermedad de mis hijos.
Un señor que estaba atrás de nosotras llevaba en su coche más de 15 jabones líquidos, unos ocho galones de agua y miles de paquetes de pañitos húmedos.
No lo pude evitar y le pregunté para qué llevaba tantas cosas. Me contestó que había llegado el coronavirus al Ecuador, y que él quería estar preparado porque oyó en la radio que en 12 días iban a poner en cuarentena a todo el país.
También me aseguró que la señora que vino infectada de España se había muerto, porque en el hospital no le habían querido atender. ¿De verdad hay gente que cree todo eso? Pensé. Me di cuenta que refutar al señor era ilógico.
Luego agregó, como un comentario al aire, que con Correa las cosas estarían mejor. Entendí el porqué de su pensamiento.
La señora y su hija me dijeron que el coronavirus fue creado en un laboratorio para hacer negocio. Una teoría que también me contó mi hijo mayor, de nueve años y que la había oído de algún YouTuber.
Al salir de ahí, agobiada y asustada de la gente, me acordé de que cuando el gobierno subió la gasolina hubo gente que se alocó haciendo caos en todo lugar cercano a una gasolinera, y luego la gasolina no subió.
Al pasar por una farmacia, pude ver una fila de por lo menos 50 personas, para que luego en las noticias digan que las mascarillas no son necesarias y que, en vez de tanto gel y alcohol, lo mejor es lavarse las manos con agua y jabón.
Bueno, cada quien es cada quien. Reconozco, tengo desinfectantes de todo tipo y por toneladas en mi casa desde diciembre.
El coronavirus refleja cuán preparados estamos como sociedad para una sorpresa viral o natural. Llegué a mi casa a hacer el almuerzo. No sé hacer arroz, así que puse aceite en la olla arrocera, dos tazas de arroz, cuatro de agua, sal y un ajo.
El arroz salió literalmente con coronavirus: era una cosa babosa, llena de bolas, incomible. No se imaginan. Me di cuenta que yo tampoco estoy preparada para hacer almuerzo en fin de semana, así que llamé dignamente a pedir pizza y me puse a hacer cuarentena en la cocinada.
Me consolé. Por lo menos, viví la experiencia del caos más absurdo y aprendí que jamás hay que coger un arroz al azar porque, al igual que el virus, te cae y te fregaste.
Ahora, lo más grave de esto no fue botar el arroz, ni las críticas recibidas por mi demora, ni que nadie le parara bola a mi historia del súper. Lo más grave de todo esto es que mis hijos cantan la canción del coronavirus como el gran hit del momento.