Los últimos monstruos sagrados
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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A sus 87 años, Mario Vargas Llosa es el último monstruo sagrado de la literatura en español, inscrito en la tradición de los intelectuales que conjugaban la creación literaria con el ensayo, el periodismo y la participación política, convirtiéndose así en guías y emblemas de cada época.
Pero el peso de los intelectuales y los libros viene menguando desde hace décadas. Hoy, los contoneos de cualquier influencer semidesnuda cuentan más que, en su momento, 'Las Catilinarias' de Montalvo, por nombrar a un ambateño.
No me quejo; constato. El mundo cambió radicalmente y punto. Quizás por ello, para cerrar ese ciclo de la Historia, Vargas Llosa anuncia que el último trabajo de su larga vida será un ensayo sobre Jean Paul Sartre, a quien consideraba su mentor en la lejana Lima de su juventud.
Acertada elección, pues Sartre fue también el último monstruo total de la cultura francesa, tan pródiga en intelectuales de gran calado cuando todavía reinaba la cultura escrita.
Sartre, el filósofo existencialista que devino en marxista, autor de novelas como 'La náusea' y de piezas de teatro como 'Las manos sucias', predicó el engagement o compromiso político del escritor y fue consecuente con eso.
Tanto así que rechazó el Premio Nobel de Literatura del 64, pues no quería hipotecar su palabra a una institución burguesa como el Nobel. Y cuando en mayo del 68 le encarcelaron por agitador, De Gaulle ordenó que lo liberaran: 'No se encarcela a Voltaire', arguyó el mítico general, reconociendo la talla de su contrincante.
La relación abierta del filósofo con Simone de Beauvoir –otro monstruo sagrado, pionera del feminismo, bisexual y escritora de mucha influencia– marcó una época. Como también la marcó su disputa con Albert Camus, quien cuestionaba desde el humanismo los tufos dogmáticos de ese marxismo que practicaba a ratos Sartre.
Era tan fuerte todavía la influencia de los pensadores a mediados del siglo XX que la intelectualidad de Occidente debió tomar partido en la pelea entre un Sartre, más filósofo, y un Camus mejor escritor y también Premio Nobel. Como Vargas Llosa.
El único otro arte que le disputaba a la literatura la creación de ídolos casi universales era el cine, etiquetado como "el arte del siglo XX". Si Marilyn Monroe preside el altar como un ícono glamoroso y trágico, quien se consolidó como el último monstruo sagrado del cine fue Marlon Brando.
Un monstruo vigente pues su caracterización de Don Vito Corleone se sigue exhibiendo medio siglo después de que obtuviera por ella el segundo Óscar de su carrera. Óscar que rechazó como protesta por el tratamiento estereotipado de Hollywood a los indígenas de Norteamérica.
El primer Óscar lo había ganado en 1954 por 'Nido de ratas', un clásico donde los hay, dirigido por Elia Kazán, que había delatado a sus colegas comunistas, pero era un capo de la dirección. Esa misma ambigüedad moral la tenía el personaje encarnado por Brando en la película legendaria.
Atormentado y rebelde desde la adolescencia, con madre alcohólica y padre maltratador, tocador de la batería, boxeador, seductor, bisexual e insaciable, Brando ingresó al Actors Studio y se convirtió en el mejor actor de su generación, llevando a la perfección el método de Stanislavski pues no interpretaba las emociones, sino que las vivía en cada escena de un modo salvaje, pero con un toque de ternura.
Cuando su estrella declinaba tras algunas películas más bien mediocres, protagonizó 'El Padrino' y 'El último tango en París' y alcanzó la gloria eterna, pero seguía empeñado en desfigurar su propia estatua volviéndose obeso, tal como otro monstruo sagrado y autodestructivo, pero del fútbol: Diego Armando Maradona.
Su mayor transgresión tuvo lugar en el set de filmación de El último tango y millones de espectadores fueron testigos de ella. Muchos años después, la joven coprotagonista María Schneider confesaría que sus lágrimas fueron reales en la escena de la violación anal que Brando y Bertolucci habían programado a sus espaldas para lograr el realismo total.
El rebelde de chaqueta de cuero, el Marco Antonio, el Kurtz pelado que murmuraba "el horror, el horror" en la selva profunda de 'Apocalipsis Now', el actor genial que cambió para siempre el arte de la actuación, habría terminado sus días en la cárcel. Solo que ya estaba muerto y las grandes salas de cine se habían convertido en templos evangélicos.