De la Vida Real
Una limpia y un baño de cajón: augurios para un mejor año
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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El año pasado, desafié mi suerte. Llegó el 31 de diciembre, y a las 23:59 decidí no hacer ningún ritual de los que acostumbraba a hacer todos los años. Me porté rebelde ante mis propias creencias. ¿El resultado? Un año de mierda.
Debo reconocer que soy bastante hipocondríaca y este año me convertí en una hipocondríaca kármica. Cada vez que algo malo me pasaba, me decía a mí misma:
"Ahí está, Valentina, por no haberte comido las 12 uvas. Ahí está por no haberte puesto el calzón amarillo. Ahí está por no haber corrido con la maleta alrededor de la cuadra. No te quejes, que este año no quemaste la carta de agradecimiento ni escribiste los propósitos para el 2023. Ahí está, Valentina, por no haber pateado al viejo".
Rituales que he seguido todos los años desde que era adolescente. Mientras todos se abrazaban y festejaban, yo me iba en una esquina a preparar mi destino.
Pero el año pasado decidí algo diferente: tomar aguardiente y liberarme de tanto ritual.
¡Qué arrepentimiento!
Algunas veces, al contar esto, veo cómo la gente se pone de mal genio, y me tacha de supersticiosa ridícula. Así que cuando hablan de mala suerte, opto por quedarme callada.
Un amigo me dijo bravísimo: "Tú, que eres una mujer inteligente, ¿cómo puedes creer en tanta estupidez? El 31 de diciembre es para disfrutar, no para estar haciendo brujerías". Estaba tan bravo que solo pensé: "Para él, su rito es disfrutar. Si algún 31 no lo hace, ya verá el año de M.. que le espera". No le dije nada por terror a que siguiera retando.
Cada persona tiene algo único que hace el 31, aunque sea levantarse el primero de enero con chuchaqui y comer el recalentado. Siempre hacemos algún mínimo ritual esperando que el año nuevo nos venga mejor que el anterior. Reconozco que lo mío es un poco exagerado. Hasta yo me cansé de tanto ritual. Pero hay que hacer algo para atraer las buenas energías.
Así que llamé a mi prima para preparar el terreno energético con tiempo. No quería que todo me agarrara a última hora. "Mari, como regalo de Navidad le quiero dar una limpia", le dije. Porque irme solita tampoco era plan.
Encontré un lugar increíble en La Merced, aquí en el Valle de los Chillos. El cartel decía: "Baño de cajón y limpia los martes y viernes". Toqué el timbre y pedí cita para el viernes 22 de diciembre a las 9 de la mañana.
Mi prima bajó a mi casa, y nos fuimos juntas. Nos recibió Myriam, una señora encantadora. Nos ofreció una infusión con panela y limón y nos dijo que nos cambiáramos mientras ella preparaba las hierbas.
Yo estaba entre nerviosa y ansiosa por quitarme tanta mala vibra acumulada durante 12 meses. A mi prima la veía más relajada –como si ya supiera lo que le esperaba–. Estaba más conectada con la situación.
Nos metimos al cajón, que olía a eucalipto. Mi prima cerró los ojos, pero yo quería hablar, y ella no me hacía nada de caso.
Myriam nos pasó primero bicarbonato, para que nos pusiéramos en todas las articulaciones. Luego sonó una campana, y nos enjuagó con agua helada.
El lugar era pequeño pero lindísimo y tenía muy buena energía. Como mi prima no quería conversar, le preguntaba todo a Myriam. Me contó que lleva 35 años en el negocio, que ha estudiado mucho sobre plantas y que ha desarrollado la habilidad de saber qué le pasa a una persona con solo mirarla.
–¿Qué me pasa, Myriam?
“A usted no le pasa nada. Tiene una energía muy bonita. Usted fluye. Es una persona muy equilibrada. Solo le falta confianza en sí misma.”, me dijo mientras me lavaba el cuerpo con miel de abeja y me hacía la limpia con hierbas.
Me golpeaba con el ramo de hojas atadas. También me aconsejó ser más relajada y me ofreció una copa de vino: "Tómese esto con calma, como debería tomarse la vida”.
Tuve que esperar un rato a mi prima. Mientras tanto, hice la carta de agradecimiento para tenerla lista el 31 y también escribí mis propósitos.
El hijo de Myriam me entregó un atado de canela y una vela: "El 31 pida un deseo y no apague la vela hasta que se consuma completamente. Si quiere, también puede encenderla el primero de enero. Lo importante es cerrar ciclos.", me dijo.
Así que mi plan es hacer mis rituales, meterme en el mar a la medianoche, y luego sí disfrutar al ritmo de la marimba y del aguardiente.
Espero que después de tantos esfuerzos kármicos y rituales, el 2024 no me defraude.