No hay péndulo entre Lasso y Correa
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
Actualizada:
Se oye a cada rato que, de acuerdo a la ley del péndulo entre la izquierda y la derecha, Correa volverá al poder con el voto mayoritario de los ecuatorianos decepcionados e indignados con Lasso.
Como sabemos, la supuesta ley del péndulo proviene del mundo físico. Pero si incluso allí es afectada por otras variables, no se diga en el caótico mundo de la política, donde la subjetividad de los actores es tan voluble y difícil de enmarcar.
Sin embargo, esa incertidumbre convierte a la mentada ley en una herramienta atractiva para explicar, o al menos graficar, ciertos fenómenos políticos en países donde izquierda y derecha todavía significan posiciones distintas y opuestas, más allá de los liderazgos personales.
Por ejemplo en Brasil, donde Bolsonaro encarnó la reacción contra los gobiernos del Partido de los Trabajadores. Luego, el retorno de Lula, simpatizante de los socialismos del siglo XXI, es a su vez una reacción a las políticas de extrema derecha de un negacionista del cambio climático como Bolsonaro, admirador de Trump y las dictaduras militares.
Un caso más cercano es el de Chile, donde las elecciones del domingo mostraron que se ha consolidado la extrema derecha ante los múltiples errores del gobierno de Boric, formado por jóvenes de la nueva izquierda que creyeron que la ola de los reclamos de 2019, que los encumbró al poder, iba a durar largo rato porque respondía a un pensamiento como el de ellos, empeñados en refundar Chile con una nueva Constitución.
Gran equivocación: en esta época del consumo instantáneo, no es un conjunto de leyes a futuro lo que cuenta, sino el aquí y ahora. Lo que pesa en la balanza (ese instrumento parecido al péndulo) es la falta de resultados inmediatos frente la inseguridad, la inmigración y el desempleo.
En Chile, tal como en otras sociedades, la impaciencia lleva a una rápida frustración con el candidato elegido, quien será castigado en la próxima elección pues ya no funcionan las viejas fidelidades al partido o la tendencia, sino la volatilidad y la fugacidad alimentadas por las redes.
La cruel paradoja es que justo cuando se cumplen 50 años del golpe de Pinochet, la nueva Constitución que deberá reemplazar a la Constitución pinochetista de 1980 será redactada bajo la hegemonía absoluta del partido Republicano, de J. Kast, quien ha defendido abiertamente a la dictadura militar.
Pero si, en beneficio de la exposición, las diferencias entre Boric y Kast se pueden enmarcar en el eje izquierda–derecha, no sucede lo mismo entre Lasso y Correa, quienes, en términos de valores y creencias, son dos curuchupas guayaquileños que se oponen a la despenalización del aborto y otros temas similares.
En cuanto a corrupción, por cada Hernán Luque, los revolucionarios tienen cinco o diez correligionarios de alto nivel sentenciados por la Justicia.
Y si hablamos de la ejecución de un proyecto de cambio social, varios analistas, como Simón Pachano, han diseccionado durante años el carácter retrógado y autoritario del gobierno correísta. De allí el título del flamante libro de Pachano: 'La utopía reaccionaria', que sintetiza en tres palabras la esencia de ese engaño publicitario.
En cambio, Lasso ofreció abiertamente el programa de derecha que había planificado durante años con su think tank Ecuador Libre (más bien libertario) sobre el mercado y la macroeconomía.
Que un banquero que expresa, si acaso, al 5% de la población, haya sido electo presidente solo se explica por un rechazo de los electores no a un Gobierno de izquierda auténtica, sino a la soberbia y los abusos de Correa, quien hizo de su megalomanía una política de Estado.
El verdadero opuesto, punto por punto, de Guillermo Lasso es Leonidas Iza, pero ese péndulo da para otro artículo.