Firmas
La maleta
Abogado y escritor. Ha publicado varios libros, entre ellos Abraza la Oscuridad, la novela corta Veinte (Alfaguara), AL DENTE, una selección de artículos. La novela 7, además de la selección de artículos Las 50 sombras del Buey y la novela 207.
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"Todo lo que poseas debe caber en una maleta; entonces tu mente será libre", escribió Charles Bukowski. Sí, pero no.
Tengo debilidad por las frases con sentencias potentes, tienen la virtud de sacarte momentáneamente de la angustia de no saber, tienen la belleza de decir mucho con pocas palabras.
No obstante, pocas expresiones pueden sobrevivir sin su correspondiente contexto. Algo así como lo que plantea el Eclesiastés en aquello de hay un tiempo para todo (la Biblia tiene momentos de profunda literatura).
Hace días leí un meme, relativamente masificado, que decía algo así como “en la pandemia he aprendido a vivir sin restaurantes, pero no sin arte”, y planteaba, como una exaltación de la realidad la posibilidad de que haya negocios que desaparecerán definitivamente por culpa del puto virus. Me asusta la tendencia a la simplifiación que tienen tantos personajes con celular.
Todo tiene su contexto. El dueño del restaurante podría vivir sin arte. O simplemente considerar que lo que cocina ES arte. Y no la pasaría bien tratando de vivir sin su negocio.
Acostumbrarse a una ausencia o a una carencia no define la economía, así como aceptar la muerte de un ser amado, no significa que el amor sale sobrando. Si mañana muere Internet en el mundo, terminaremos acostumbrándonos. Y alguien dirá que ha “descubierto” que no era necesario.
Vuelvo a la frase de Hank: Sí, pero no todavía. ¿Cómo puedes ser libre si lo que posees no te alcanza para educar a tus hijos? ¿Curarlos? ¿Vestirlos, cobijarlos o protegerlos?
Hacer una apología de la pobreza voluntaria, aún cuando seas Charles Bukowsky, requiere un análisis de algunas capas. Es más, Hank la pasó muy mal tratando de mantener a su hija Marina, y a la vejez celebraba haberse comprado un BMW del año. Hay un tiempo para todo, definitivamente.
Hubo un economista ruso, Nicolai Kondrátiev, que desarrolló la idea de las ondas largas en la actividad económica mundial: expansión, estancamiento y recesión. Lo hizo a partir de estudiar los precios históricos en el mercado de varios países y productos.
Su idea era pronosticar la llegada de la depresión, como una forma de probar que el capitalismo no iba a funcionar. (Al Hitler soviético, Joseph Stalin, no le gustó que Kondrátiev creyera que el capitalismo moriría mucho tiempo después de lo que Stalin quería. Y cuando el reputado economista se opuso a las colectivizaciones forzadas, pues ordenó su fusilamiento en 1938. Viva la libertad, obvio).
¿Por qué hablo de Kondrátiev? Por que en la década 1950, el francés Francois Simiand propició que la onda Kondrátiev se dividiera de una manera más poética y existencial. La primavera de Kondrátiev, o sea la mejoría. El verano, o la la prosperidad. El otoño de desaceleración, y finalmente, el invierno de Kondrátiev, que significaba la llegada de la depresión (y la alegría por el fin del capitalismo). Y esta división, tan lírica, puede trasladarse a la vida del ser humano.
¿Morirá el capitalismo? Creería que no, pero sería fanatismo convertir en dogma su inmortalidad o su próximo final. No es algo que dependa de mí en todo caso. Pero mi vida sí depende de mí en gran medida. Pienso convertir mi invierno en un otoño de doble duración, empezando a organizarse desde el verano.
No hace falta llegar a viejo con cosas que no entren en tu maleta. Pese a que creer que la Seguridad Social servirá de solución es un pensamiento inocente, una vez cumplidas tus responsabilidades con hijos y padres, no hay razón para llegar al cementerio con preocupaciones prediales, bursátiles, ni otras de ese tipo. No hace falta, porque esa “depresión” mencionada también implica angustias, impuestos, abandono.
He aprendido que es más fácil que la maleta sea pequeña cuando la sociedad te permite encontrar más alegrías afuera que adentro de tu casa. A veces uno acumula porque afuera poco vale la pena.
No se cómo pero voy a encontrar el lugar donde no necesite calles privadas encerradas en una muralla para caminar relajado y sin miedo a tropezarme con un bache o un choro.
Un lugar donde no necesite un jardín propio pues podré llegar en 10 minutos a un bosque habitado por leyendas, coníferas y osos. Un bosque respetado y protegido por todos. Un lugar donde afuera sea más limpio y acogedor que adentro.