Los sub-30 de la batalla de Pichincha
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Lo que más atrae y alegra de la selección de fútbol es su juventud y lo que viene con ella: la movilidad, el entusiasmo, su hambre de gloria. Esos chicos corren los 90 minutos, se cubren entre ellos, no dan bola por perdida.
La máxima estrella del equipo tiene porte y nombre de actor de telenovela: Piero Hincapié. ¿Edad? 20 años. Eso mientras Gonzalo Plata gambetea en el área de Brasil como si todavía estuviera jugando índor en una calle de Guayaquil.
Se entiende, dirán ustedes, el deporte es cosa de jóvenes. Pero, ¿qué tal enfrentar y derrotar al gran imperio español?
Pues asómbrense: los altos mandos del ejército patriota que triunfó en la batalla de Pichincha tenían menos de 30 años: el general Sucre, 27; Andrés de Santa Cruz, 29; el argentino Lavalle, héroe de la batalla de Riobamba previa a la victoria de Quito, 24; el coronel José María Córdova, antioqueño de 23. No se diga Abdón Calderón, que tenía 18.
Otro dato importante que solemos olvidar es que el grueso del ejército español era tropa reclutada acá, al mando de oficiales peninsulares. En un interesantísimo video Alan García, que fue presidente del Perú a sus escasos 36 años, remarca que el ejército español en Ayacucho estaba formado en un 95% por peruanos, casi todos indígenas. Y que la independencia del Perú fue impuesta por Bolívar a la brava, pues la mayoría no estaba de acuerdo.
Jóvenes, aguerridos, tocados por el poder y la gloria, los generales patriotas eran, además, unos galanes irresistibles. Bolívar, el más célebre, pero también Lavalle, y sobre todo Córdova, el más orgulloso y pintón, quien –según su edecán Giraldo– habría desairado a Manuela Sáenz en un barco que los traía desde El Callao, ganándose su odio indeclinable.
Finalmente Córdova, héroe de Pichincha y Ayacucho, se rebeló contra el desespero dictatorial de Bolívar y terminó asesinado por un inglés antes de cumplir 30 años. ¿Para qué más, si los generales sobrevivientes se volvieron caudillos autoritarios de sus propios feudos y botaron jodiendo los ideales de libertad?
A ese tipo de virajes apuntará, mucho después, la consigna de la revolución juvenil de 1968: “Never trust anyone over thirty”.