Ni de izquierda ni de derecha, sino todo lo contrario
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Vivía yo en París, en 1981, cuando triunfó Miterrand con el Partido Socialista sobre la derecha de Giscard d’Estaing. Como cientos de miles de franceses, salí a festejarlo en las calles hasta la madrugada.
Lo interesante es que, para conquistar a la mayoría de electores, los socialistas se habían desembarazado del marxismo y sus teorías de la lucha de clases y la toma violenta del poder. Tal como lo había hecho Felipe González en España. Y tal como lo habíamos hecho muchos de mi generación.
Quizá por ello, este domingo 7, mirando los resultados de las elecciones francesas, me gustó mucho que hubiera sido derrotada la extrema derecha, pero no me hizo feliz para nada que hubiera ganado la izquierda del señor Mélenchon, aliado de Pablo Iglesias y los socialistas del siglo XXI, que se apresuraron a felicitarlo.
Una insatisfacción parecida me sucede con la selección de Argentina, de la cual soy hincha desde que era niño, pero a veces descubro que estoy deseando que gane un adversario como Colombia, no digamos Ecuador, porque no soporto su arrogancia, como tampoco me agrada la arrogancia de Macron, aunque es digno de aplauso que sea el más firme defensor de Ucrania y el proyecto europeo, y que haya reformado la edad de jubilación a costa de su popularidad.
¿Pero qué cambió en la izquierda desde el 81 hasta el presente? Veamos tres casos emblemáticos: en ese entonces, el sandinismo dirigía una auténtica revolución en Nicaragua; Cuba y Fidel, que venían siendo lo mismo, mantenían todavía una buena imagen aunque la economía vivía del subsidio soviético; en el Cono Sur, el peronismo radical era perseguido por la dictadura fascista.
Hoy, huelga decirlo, Ortega se convirtió en un tirano peor que Somoza; Cuba es un lagarto prehistórico sin remedio; y los socialismos del siglo XXI se hundieron en la corrupción y el fracaso, generando una ola de repulsión a cualquier cosa que huela a esa idea de izquierda de la que ellos se apropiaron.
Para terminar de enervar a los ecuatorianos, los expresidentes membretados en el Grupo de Puebla han formado un comité que exige un salvoconducto para Glas; solo falta que soliciten el bloqueo internacional del golfo de Guayaquil hasta que Noboa acceda a los deseos de revolucionarios tan probos como Ernesto Samper, quien llegó a la presidencia con la plata de los narcos.
Mirando la última encuesta de Cedatos se constata que esa posición de no ser ni de izquierda ni de derecha es compartida por el 80% de los ecuatorianos que no son de ningún centro en realidad sino que escapan de una pregunta esquemática que los obliga a ubicarse en una escala de izquierda a derecha.
Eso se confirma observando otro cuadro, donde el 84% de los encuestados no simpatiza con ningún partido político. Queda claro que la gente, en su gran mayoría, ha dejado de identificarse con los membretes políticos. De modo que, para descubrir dónde se ubican realmente, o qué ideología tienen los votantes y los políticos, hay que plantear otras cuestiones. Preguntarles qué piensan del aborto, la eutanasia, el matrimonio igualitario, de los derechos de la naturaleza.
Por último, la disolución de las ideologías políticas y la banalización de los mensajes de campaña no empezaron con Tik Tok. Ya Abdalá se contoneaba en la tarima y su discurso combinaba retazos de tendencias políticas distintas. Esa maravilla, que era al mismo tiempo de izquierda, de derecha y todo lo contrario, terminó envuelta en escándalos de corrupción, como los socialistas del siglo siguiente. Hasta en eso se les adelantó.