El Chef de la Política
Invisibles
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Ese es el adjetivo que mejor describe al gabinete ministerial del Presidente Lasso. Algunos no pueden ser vistos porque sus declaraciones, lejos de ayudar al Gobierno, entorpecen las acciones que se intentan emprender.
Por ello, resulta mejor apartarlos de la opinión pública y los medios de comunicación. Callados se defienden mejor, diría la sabiduría popular. Callados hacen menos daño, aseverarían los más perspicaces.
Otros rehúyen ser vistos porque es tan poco lo que han ejecutado en términos de política pública que el libreto, aún para las entrevistas más direccionadas, es tan limitado que más allá del saludo de inicio y despedida es poco lo que pueden aportar.
Así, entre los que no pueden ser vistos y los que rehúyen el escrutinio ciudadano está el grueso de los asientos que rodean a Carondelet.
El escindido Ministerio de Gobierno y Policía es una muestra clara de lo dicho. Mientras el ministro Jiménez dedica su tiempo a publicar un libro sobre sus reflexiones como candidato a alcalde de Guayaquil, fundándose en el favor de 40.089 votos recibidos (2,95%), la gobernabilidad del país se cae a pedazos.
En Seguridad Interna sucede algo similar. Luego de liderazgos fuertes en esa Cartera de Estado, ahora lo que se percibe es que el ministerio está fusionado al 911.
En realidad, da la impresión que al Capi Zapata le han encargado la conducción de un ministerio y que pronto retornará al espacio del que nunca debió salir.
Su posición sigue siendo la del afable propulsor de los corazones azules o la de portavoz de lo que otros deciden en situaciones de riesgo. Lo que natura no da, Salamanca no presta, dice el refrán.
En Inclusión Social, o lo que los más adultos conocen como Bienestar Social, pasa poco o al menos es muy poco lo que se conoce. Un ministerio históricamente clave por su repercusión en la vida de la ciudadanía y también por el apoyo que de allí se deriva a las urnas, ahora parece no existir.
La situación es aún peor en Agricultura. Solamente conocer el nombre del ministro es ya una tarea complicada, incluso entre los círculos más cercanos al Gobierno.
En Defensa el diagnóstico va en la misma línea. Sobre el caso de Don Naza se conoce poco y respecto al radar caído en Montecristi mucho menos.
La conclusión es, por tanto, que las palas de general no bastan para generar liderazgo en la vida pública. Tampoco son suficientes para propiciar cohesión al interior de las tres fuerzas.
Pero como toda regla siempre presenta una excepción, acá esa regla también se cumple. El Canciller, por ejemplo, es uno de los que entran en ese minúsculo grupo de secretarios de Estado que justifican su cargo.
Algunos avances importantes ha tenido su gestión en el plano internacional y también en el local, porque en varias ocasiones el Canciller ha tenido la penosa tarea de replantear las inapropiadas declaraciones del Jefe de Estado.
Basta ver lo ocurrido recientemente en Washington, cuando luego de una visita oficial que propició algunos temas de interés para el país, el Canciller no tuvo tiempo para posicionarlos en la discusión pública sino que debió orientar sus esfuerzos a relativizar el afán reeleccionista del Presidente.
Menudo trabajo el del Canciller, pues no era fácil lidiar contra la impertinencia de la declaración en lo diplomático y el absoluto desconocimiento del Jefe de Estado sobre la opinión que de él tiene la ciudadanía, en lo cotidiano.
En esa penosa tarea le ha acompañado el ministro Prado, otro de los pocos que sale del montón de invisibles.
Finalmente, siempre hay casos que no encajan en las clasificaciones. Acá, en el gabinete de los invisibles, uno de ellos es Patricio Donoso. Si se trata de identificar a alguien que sigue la línea del proyecto oficialista históricamente y que tiene fuerza electoral propia es el ministro de Trabajo.
Sin embargo, luego de una presencia activa durante los primeros meses del Gobierno, de a poco la figura y voz del dos veces asambleísta se ha ido apagando.
En un mundo de política personalista, como el nuestro, quizás las características anotadas no favorecen al ministro. Bien sabido es que cuando alguien tiene opciones o destrezas las lanzas de los más cercanos, ni siquiera de la oposición, apuntan a minimizarlo.
Largo ejercicio es el de colocar uno a uno a los invisibles, quizás por ello acá constan solo algunos de sus exponentes.
Ya en el plano de la comparación, entre los ministros de ahora y los de antes, la diferencia está en que los de épocas pasadas se limitaban a cumplir a rajatabla las disposiciones que provenían del Jefe Supremo.
Los de ahora son más autónomos porque no tienen una línea política a seguir y porque han demostrado ser poco eficientes para propiciar políticas públicas que salgan de su propia iniciativa.
En resumen, unos y otros, invisibles al final de cuentas, llevan al debate la pregunta sobre la real incidencia de los gabinetes ministeriales en la toma de decisiones en formas de gobierno presidencialistas. Ahí hay una discusión pendiente.