Una Habitación Propia
Estúpidas aves migratorias
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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En esta parte del mundo donde -maldita sea, por qué- decidí vivir es pleno invierno. En este instante, mientras escribo, hacen cinco grados. Cinco y a la baja. Las mínimas de hoy serán de un grado. Uno mísero.
Vidahijueputa.
El sábado pasado, hace apenas unos días, estaba a 31 grados, en mi tierra. Yo no soy bióloga ni médica, pero yo no creo que esto sea bueno para el cuerpo. De hecho, la naturaleza hace lo contrario: los pájaros huyen del invierno a lugares cálidos, los osos se meten en sus madrigueras a esperar los primeros soles calientitos, las hormigas -según la fábula- van guardando comida para sobrellevar este clima espantoso.
¿Cómo es posible que yo viva aquí?, me pregunto dándome puñetazos imaginarios en la cabeza. ¿Cómo es posible que no me quede muerta en la salida del aeropuerto junto con los fumadores y los taxistas cada vez que vuelvo en invierno?
Después de tanto tiempo, este frío sigue siendo una sorpresa horrenda. Un bofetón en toda la boca, latigazos helados bajo la ropa.
Quéjate, dirán algunos, pero piensa que hay guayaquileños viviendo en, quién sabe, Rusia, Dinamarca, Canadá. No me importan. En esto soy egoísta como niña rica: nadie está pasando más frío que yo y ningún frío es más importante que el mío.
No me hablen de sus menos veinte grados. Para mí, estos cinco ya son la muerte.
Exagero. Por supuesto, mi invierno no es ninguna tragedia: tengo electricidad, calefacción y ropa de abrigo, pero aquí estoy, pegada al radiador con ganas de llorar.
Qué digo ganas, llorando a moco tendido.
Las ganas de llorar acompañan todos mis inviernos desde hace veinte años. Es increíble cómo la naturaleza del guayaco no cambia a pesar de las décadas en clima ajeno. Veo esos árboles sin hojas y no recuerdo, no puedo recordarlo, que vendrá mayo con un cargamento de verdor. Para mí el mundo, este, ha sido aniquilado.
Naturaleza muerta, apocalipsis.
Miro por la ventana y veo el cielo gris. Cielo de nieve, que le llaman. Está nevando en muchos sitios del país. No tiene nada de bonito o, al menos, yo no se lo veo. Hay gente que considera el invierno una estación preciosa. Están dementes, con perdón.
Lo único que puedo hacer es ponerme más ropa encima, lamentarme como una ancianita reumática, calentarme otra taza de caldo y esperar, como una estúpida ave migratoria al revés, que el buen tiempo traiga de vuelta el sol que sí calienta y que me traiga de vuelta también a mí, que parece que he llegado, pero no, soy un espectro helado esperando la bondad de la primavera.